viernes, 28 de noviembre de 2008

AMARLA ES DIFICIL.

Es buena, cuando duerme;
el calor de su cuerpo es un puñal de vidrio
que remonta los sueños.

Cuando calla, es buena
y su voz una premonición olvidada y peligrosa
que arruina el silencio.

Cuando grita o llora
o se lamenta o se divierte o se cansa,
nada puede contener
este dolor alegre que envenena
mis sueños y mi soledad.
Por eso es difícil pensar
en ella, en su cara bondadosa;
abandonarse; por eso
es una cobardía retenerla
y dejarla ir, una pavorosa crueldad.
A veces, cuando lo pienso,
no sé qué hacer con ella,
con este destino luminoso.

Francisco Urondo (1930-1976)

jueves, 27 de noviembre de 2008

LOS OJOS.

"En algún papel leí, hace años, que el infierno estaba minuciosamente conformado por los ojos ocupados en mirarnos. La frase, entonces, no era de Borges ni de Sábato ni de Sartre ni mía. En cuanto a mí, hace años que aprendí el arte de afeitarme al tacto, para evitar la opinión del espejo, para acudir al trabajo sin el peso de otra depresión. Es que mi imagen – ustedes me lo muestran – avanza, desde hace tiempo, separada de mí. Mientras yo permanezco adolescente, calmo, interesado en lo que importa, bondadoso y humilde por indiferencia y por la asombrosa seguridad de que no hay respuestas, ella, mi cara, ha envejecido, se ha puesto amarga y tal vez esté contando o invente historias que no son mías sino de ella."

Juan Carlos Onetti.

DECISIONES.

"Salir de un estado de decaimiento debe ser cosa fácil, aunque se logre a fuerza de voluntad.
De modo que me arranco del sillón; camino alrededor de la mesa: meneo la cabeza y extiendo el cuello; miro con ojos de fuego y no dejo músculo del rostro sin funcionar.
Contrarío mis más caros sentimientos: recibo con entusiasmo a A, y soportaría alegremente a B, si ahora mismo me visitara en mi habitación; y si se tratara de C, me tragaría todo lo que dijera, a pesar del cansancio y del dolor.
Pero aun actuando así, la menor falla arruinaría todo, y tendría que empezar de nuevo.De modo que lo mejor que puedo hacer es soportarlo todo con serenidad; comportarme como un peso inerte, y no dar un paso innecesario por mucho que me sienta apartado.
Mirar a los demás con mirada animal; no sentir remordimientos; en resumen, sumergir la vida fantasmal que aún subsiste, darle el mayor paso posible a la calma de los sepulcros y terminar con todo.
Un movimiento característico de semejante estado de ánimo consiste en recorrerse las cejas con el dedo meñique."

Franz Kafka.

LA IGLESIA Y LA REPRESIÓN FRANQUISTA.

La tragedia de las víctimas de la Guerra Civil y de la dictadura de Franco se ha convertido en las últimas semanas en el eje de un debate social, político y judicial. Con ese recuerdo, ha revivido de nuevo ante nosotros el pasado más oculto y reprimido. Algunos se enteran ahora con estupor de acontecimientos que los historiadores ya habían documentado. Otros, casi siempre los que menos saben o a los que más incomodidad les produce esos relatos, dicen estar cansados de tanta historia y memoria de guerra y dictadura. Es un pasado que vuelve con diferentes significados, lo actualizan los herederos de las víctimas y de sus verdugos. Y como opinar es libre y la ignorancia no ocupa lugar, muchos han acudido a las deformaciones para hacer frente a la barbarie que se despliega ante sus ojos.

La jerarquía loa a sus mártires y exige que se olvide a los que fueron asesinados con su bendición
En realidad, por mucho que se quiera culpabilizar a la República o repartir crueldades de la Guerra Civil, el conflicto entre las diferentes memorias, representaciones y olvidos no viene de ahí, de los violentos años treinta, un mito explicativo que puede desmontarse, sino de la trivialización que se hace de la dictadura de Franco, uno de los regímenes más criminales y a la vez más bendecidos que ha conocido la historia del siglo XX.

Lo que hizo la Iglesia católica en ese pasado y lo que dice sobre él en el presente refleja perfectamente esa tensión entre la historia y el falseamiento de los hechos. "La sangre de los mártires es el mejor antídoto contra la anemia de la fe", declaró hace apenas un mes Juan Antonio Martínez Camino, secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal, en el fragor del debate sobre las diligencias abiertas por el juez Garzón acerca de la represión franquista. "A veces es necesario saber olvidar", afirma ahora Antonio María Rouco. Es decir, a la Iglesia católica le gusta recordar lo mucho que perdió y sufrió durante la República y la Guerra Civil, pero si se trata de informar e investigar sobre los otros muertos, sobre la otra violencia, aquella que el clero no dudó en bendecir y legitimar, entonces se están abriendo "viejas heridas" y ya se sabe quiénes son los responsables.

Franco y la Iglesia ganaron juntos la guerra y juntos gestionaron la paz, una paz a su gusto, con las fuerzas represivas del Estado dando fuerte a los cautivos y desarmados rojos, mientras los obispos y clérigos supervisaban los valores morales y educaban a las masas en los principios del dogma católico. Hubo en esos largos años tragedia y comedia. La tragedia de decenas de miles de españoles fusilados, presos, humillados. Y la comedia del clero paseando a Franco bajo palio y dejando para la posteridad un rosario interminable de loas y adhesiones incondicionales a su dictadura.

Lo que hemos documentado varios historiadores en los últimos años va más allá del análisis del intercambio de favores y beneficios entre la Iglesia y la dictadura de Franco y prueba la implicación de la Iglesia católica -jerarquía, clero y católicos de a pie- en la violencia de los vencedores sobre los vencidos. Ahí estuvieron siempre en primera línea, en los años más duros y sangrientos, hasta que las cosas comenzaron a cambiar en la década de los sesenta, para proporcionar el cuerpo doctrinal y legitimador a la masacre, para ayudar a la gente a llevar mejor las penas, para controlar la educación, para perpetuar la miseria de todos esos pobres rojos y ateos que se habían atrevido a desafiar el orden social y abandonar la religión.

La maquinaria legal represiva franquista, activada con la Ley de Responsabilidades Políticas de febrero de 1939 y la Causa General de abril de 1940, convirtió a los curas en investigadores del pasado ideológico y político de los ciudadanos, en colaboradores del aparato judicial. Con sus informes, aprobaron el exterminio legal organizado por los vencedores en la posguerra y se involucraron hasta la médula en la red de sentimientos de venganza, envidias, odios y enemistades que envolvían la vida cotidiana de la sociedad española.

La Iglesia no quiso saber nada de las palizas, tortura y muerte en las cárceles franquistas. Los capellanes de prisiones, un cuerpo que había sido disuelto por la República y reestablecido por Franco, impusieron la moral católica, obediencia y sumisión a los condenados a muerte o a largos años de reclusión. Fueron poderosos dentro y fuera de las cárceles. El poder que les daba la ley, la sotana y la capacidad de decidir, con criterios religiosos, quiénes debían purgar sus pecados y vivir de rodillas.

Todas esas historias, las de los asesinados y desaparecidos, las de las mujeres presas, las de sus niños arrebatados antes de ser fusiladas, robados o ingresados bajo tutela en centros de asistencia y escuelas religiosas, reaparecen ahora con los autos del juez Garzón, después de haber sido descubiertas e investigadas desde hace años por historiadores y periodistas. Quienes las sufrieron merecen una reparación y la sociedad democrática española debe enfrentarse a ese pasado, como han hecho en otros países. La Iglesia podría ponerse al frente de esa exigencia de reparación y de justicia retributiva. Si no, las voces del pasado siempre le recordarán su papel de verdugo. Aunque ella sólo quiera recordar a sus mártires.

Julián Casanova.

martes, 25 de noviembre de 2008

LA MÁQUINA DEL TIEMPO.

La memoria, dice Walter Benjamin, no puede fijar el flujo del tiempo mi abarcar la infinita dimensión del espacio: se limita a crear cuadros escénicos, enterrar momentos privilegiados, disponer recuerdos e imágenes en una ordenación sintáctica que palabra a palabra configurará un libro. La infranqueable distancia del hecho a lo escrito, las leyes y exigencias del texto narrativo transmutarán insidiosamente fidelidad a lo real en ejercicio artístico, propósito de sinceridad en virtuosismo, rigor moral en estética. Ninguna posibilidad de escapar al dilema: reconstruir el pasado será siempre una forma segura de traicionarlo en cuanto se le dota de posterior coherencia, se le amaña en cansada continuidad argumental. Dejar la pluma e interrumpir el relato para menguar prudentemente los daños: el silencio, y sólo el silencio, mantendrá intacta una pura y estéril ilusión de verdad.

LA LITERATURA NO SALVA A NADIE.

Casi no salgo de esta habitación. Llevo una vida monacal y completamente nocturna. Escribo y leo cuando todos duermen. Me acuesto a descansar a media mañana.

domingo, 23 de noviembre de 2008

LAS LABORES PROPIAS DE MI SEXO.

"-Yo también adoraba las peceras –dijo rememorativamente Gregorovius -. Les perdí todo afecto cuando me inicié en las labores propias de mi sexo. En Dubrovnik, un prostíbulo al que me llevó un marino danés que en ese entonces era el amante de mi madre la de Odessa. A los pies de la cama había un acuario maravilloso , y la cama también tenía algo de acuario con su colcha celeste un poco irisada, que la gorda pelirroja apartó cuidadosamente antes de atraparme como a un conejo por las orejas. No se puede el miedo, Lucía, el terror de todo aquello. Estábamos tendidos de espaldas, uno al lado del otro, y ella me acariciaba maquinalmente, yo tenía frío y ella me hablaba de cualquier cosa, de la pelea que acababa de ocurrir en el bar , de las tormentas de marzo... Los peces pasaban y pasaban, había uno, negro, un pez enorme, mucho más grande que los otros. Pasaba y pasaba como su mano por mis piernas, subiendo, bajando... Entonces hacer el amor era eso, un pez negro pasando y pasando obstinadamente. Una imagen como cualquier otra, bastante cierta por lo demás. La repetición al infinito de un ansia de fuga, de atravesar el cristal y entrar en otra cosa.

-Quién sabe –dijo la Maga-.A mí me parece que los peces ya no quieren salir de la pecera, casi nunca tocan el vidrio con la nariz.
Gregorovius pensó que en alguna parte Chestov había hablado de peceras con un tabique móvil que en un momento dado podía sacarse sin que el pez habituado al compartimiento se decidiera jamás a pasar al otro lado. Llegar hasta un punto del agua, girar, volverse, sin saber que ya no hay obstáculo, que bastaría seguir avanzando...

-Pero el amor también podría ser eso –dijo Gregorovius -. Qué maravilla estar admirando a los peces en su pecera y de golpe verlos pasar al aire libre, irse como palomas. Una esperanza idiota, claro. Todos retrocedemos por miedo de frotarnos la nariz con algo desagradable [...]"

Julio Cortázar.

jueves, 20 de noviembre de 2008

GLENN GOULD.

"Lo que ocurre entre mi mano izquierda y mi mano derecha es un asunto privado que no le importa a nadie". Así zanjaba Glenn Gould en 1974 la pregunta del periodista Jonathan Cott sobre la célebre postura que adoptaba frente al piano. Flexionado como un feto en el útero materno, Gould (Toronto, 1932-1982) se sentaba sobre una silla de madera paticorta (construida para él por su padre) que dejaba su nariz a ras del teclado.
Encorvado, siempre ensimismado, canturreando, el pianista canadiense rompió con su excéntrica personalidad las leyes que hasta entonces marcaban la pauta estética -y escénica- de los concertistas. Subía al escenario con el frac arrugado bajo una -o varias- bufandas, abrigo y mitones. Dejaba sus manos a remojo durante veinte minutos antes de tocar y siempre evitaba el contacto físico (a lo Howard Hughes) con extraños. Huía de la fama, de su público, y sólo encontró respiro en las herméticas salas de grabación.

Pero sus salidas de tono, su adicción a las pastillas y su patológica fobia a lo extraño sólo son parte del culto a la personalidad de uno de los pianistas más intensos y brillantes de la historia, un hombre escurridizo y errático, que plantó cara a las tradiciones y cuya versión de Las variaciones Goldberg de Bach (más allá de ser la pieza predilecta de los banquetes de casquería del caníbal Hannibal Lecter) es un hito del siglo XX.

Dos nuevos libros -la biografía Vida y arte de Glenn Gould, escrita por Kevin Bazzana y publicada por Turner, y Conversaciones con Glenn Gloud, de Jonathan Cott, editado por Global Rythm dentro de su colección PoliRitmos, en la que está previsto publicar el próximo otoño la correspondencia del pianista- indagan en la compleja personalidad de Gould. Su muerte prematura, a los 50 años, y su repentina retirada de los escenarios, a los 34, contribuyeron notablemente a agrandar su leyenda. Sobre su retirada, él explicó que tenía que ver con su negativa a entrar en el espíritu competitivo que esconde todo virtuosismo exhibicionista.

Un derrame cerebral, provocado por una infección mal atendida, causó su imprevista muerte días después de su cumpleaños. Los médicos no se alertaron: Gould llevaba años con dolores de cabeza, resfriados y males menores para los que se automedicaba de manera compulsiva. Ya entonces la figura de Gould estaba rodeada de leyendas y desconcierto. Su psiquiatra, Peter Ostwald, explicó que su personalidad, aunque no se podía catalogar, tenía muchos elementos del síndrome de Asperger, una variante del autismo en la que confluyen una sensibilidad extraodinaria para los estímulos sensoriales con actitudes obsesivas en la rutina y una fobia acusada a todo acto social.

Jonathan Cott (autor de la biografía de Bob Dylan On the sea of memory) habló con Gould durante varias ocasiones a lo largo de 1974. Gould tenía entonces 42 años y vivía retirado de la vida pública, sumergido en sus grabaciones de estudio. Todas las conversaciones con Cott se mantuvieron por teléfono (aparato que Gould adoraba) y en ellas se trasluce la erudición del músico, sus manías y sus gustos. "Duermo con la radio puesta. De hecho, desde que dejé el Nembutal soy incapaz de dormir sin la radio", le confiesa en un momento al entrevistador para luego explicarle que no entiende a la gente a la que le molestan los ruidos de fondo: "La radio me permitió superar un bloqueo mental con el Opus 109, de Beethoven. Me resulta imposible entender a la gente a la que le molestan los hilos musicales. Yo me pasaría la vida subiendo y bajando en un ascensor. Por sosa que sea, no me molesta. No discrimino". Escuchando la radio, Gould descubrió a Petula Clark y a los Beatles. Adoraba a la cantante del sur de Inglaterra y le horrorizaba el cuarteto de Liverpool.

Según Kevin Bazzana la leyenda de Gould está llena de exageraciones. Su negativa a estrechar la mano en realidad sólo era con los desconocidos por miedo a alguna fractura (los peores, según llegó a contar Gould a un amigo, eran los jóvenes y los hombres de baja estatura). Lo cierto es que los demonios internos le acechaban desde niño y el rechazo a lo extraño no era una farsa. Gould, que sólo tuvo dos profesores de piano -su madre y el chileno Alfonso Guerrero, a quien dejó el día que consideró que ya no tenía nada más que aprender de él- vivió una vida ermitaña y monacal. "El ego de Gould era tan frágil como resistente", escribe Bazzana. Y su influencia en generaciones posteriores definitiva, añade el biógrafo que citando a otro mito, Herbert von Karajan, concluye: "Su estilo abrió el camino del futuro".

El País, 4 de abril de 2007.

domingo, 16 de noviembre de 2008

MÚSICA DE LOBO.

"Lo único que me fascina es el amor y el dolor. Como hombre, he de decir que todo se resume en eso, en el amor a los seres humanos afines, a la naturaleza, a la música, a la poesía; y en el dolor de la visión que revelan los versos de Alfonsina Storni: «Muchedumbre de color, / millones de circuncisos, / casas de cincuenta pisos / y dolor, dolor, dolor...» Porque van pasando los años y cuando se llega a mi edad se lleva con gran peso una cartilla cada vez más amplia de muertos muy queridos."

Carlos Edmundo de Ory.

sábado, 15 de noviembre de 2008

FERLOSÍA.

"Quise hacer la tesina de licenciatura sobre Ferlosio (incluso hice un trabajo académico, muy escolar, sobre Alfanhuí), pero don Francisco Ynduráin, que era un profesor excelente, de los que enseñaban a leer, no quería "autores vivos" y me encomendó una tarea de hemeroteca. De modo que no hice tesina. Pero el libro de Ferlosio que me deslumbró fue Las semanas del jardín, que compré, por cierto, en Nostromo, en dos tomos, pensando que era una novela, porque alguien lo calificó de "extraño experimento narrativo". Seguí luego sus artículos en El País y me agradó sobremanera su explosión editorial de 1986. Fue poco después cuando escribí La razón narrativa de Ferlosio, uno de cuyos capítulos pretendía deshacer una de las leyendas que lo perseguían desde mediados de los cincuenta: el célebre silencio de Ferlosio. Ferlosio ha publicado después varios libros, pero todavía se habla de ese silencio, aunque restringido a la narrativa y a la añoranza de las guerras barcialeas. Creo que a Ferlosio le persiguen varias leyendas, o sonsonetes, que él no cultiva pero que tampoco se molesta en deshacer, porque tampoco le preocupan demasiado. Como el público tiene afición a las leyendas, las leyendas sobre Ferlosio proliferan y se expanden: su carácter, su indumentaria, etcétera. La de la sabiduría estéril es una de ellas y es la más peligrosa, porque permite rebatir sus bien trabadas argumentaciones con un simple y perezoso "¡cosas de Ferlosio!", como si fueran manías. Yo creo que Ferlosio es un sabio: sabe mucho y de muchas cosas y siempre escribe "sabiendo", pero no es, por utilizar una jerga que le desagrada, ni un profesional ni un gestor de la sabiduría. Siguiendo con la jerga al uso y a la moda: no quiere ni le interesa "poner en valor" su sabiduría. Tal vez ésa sea la verdadera señal del sabio."

Gonzalo Hidalgo Bayal.

martes, 11 de noviembre de 2008

JARDÍN DE FLORES CURIOSAS (XI)

José María de Salamanca y Mayol (Málaga, 23 de mayo de 1811-Madrid, 1883). Marqués de Salamanca, Conde de Los Llanos, fue un opulento hombre de negocios, promotor del ferrocarril entre Madrid y Aranjuez, jugador de bolsa, urbanizador del barrio madrileño que lleva su nombre y gran bibliófilo. El Marqués, hombre de gran fortuna, tuvo el gusto de acumular libros magníficos, en una proporción que aún hoy en día es difícil imaginar. En un reto a sí mismo, y para consumar su placer bibliófilo, se propuso reconstruir la biblioteca de Don Quijote, basándose en la selección que de la misma hacen el rector y el barbero. No le fue difícil conseguirlo, excepto por un libro, el Tirant lo Blanch, de Joanot Martorell, un incunable de 1490, del cual el Marqués sólo tenía noticia de un ejemplar conservado en la Biblioteca de la Universidad de Valencia, y de otro, que él, personalmente, había tenido en sus manos, en un viaje que hizo a Portugal, y que después de hojear con indiferencia y sin hacer ningún comentario a su anfitrión, devolvió a la estantería donde descansaba, eso sí, memorizando su localización exacta en la librería. El Marqués, acostumbrado a conseguir lo que quería, se propuso conseguir el Tirant, y como no podía esperar que su dueño, un noble lusitano de gran fortuna, quisiera desprenderse de él, acudió a la vía rápida y para ello contrató a dos sujetos sin escrúpulos, a los que envió a Portugal con un encargo concreto: robar el libro, dándoles su localización precisa, cosa que los dos ladrones cumplieron para su total satisfacción. De esta manera, el Marqués pudo completar la lista cervantina. Parece ser que la víctima del robo optó por el silencio, ya que su adquisición del Tirant tampoco había sido muy ortodoxa.

EL SÍMBOLO DE LA FE.

"Veemos que uno de los grandes artificios que han tenido los hereges de nuestros tiempos para pervertir los hombres, ha sido derramar por todas partes libros de sus blasphemias. Pues si tanta parte es la mentira pintada con los colores de las palabras para engañar: quanto más lo será la verdad bien explicada y declarada con sana doctrina para aprovechar."

Luis de Granada (1504-1588)

EL PASAJERO.

"No sé qué tiene la pluma de aduladora, de hechicera, que encanta y liga los sentidos luego que se comienza a ejercitar. Arráigase este afecto en el alma: un librico después de otro, y sea de lo que fuere. [...] Dura en no pocos esta flaqueza hasta la muerte, haciendo prólogos y dedicatorias a punto de expirar. Dios nos libre de tanta desdicha. [...]
No es de pasar en silencio el abuso que hoy se tiene de escribir papelones esterilísimos de todas buenas letras. Muchos, faltos de experiencia, ciencia y erudición, escriben y publican sobre temas absurdos librajos inutiles, guarnecidos de paja y embutidos de borra: cuyos verosímiles son patraña y cuyo fin todo mal ejemplo."

Cristóbal Suárez de Figueroa (1571- después de 1644)

domingo, 9 de noviembre de 2008

ONETTI.

"Un día de un otoño de los años ochenta fui a visitar a Onetti. Vivía en un piso algo sombrío y estaba retenido en una de sus más obstinadas fases de acostado. Esa situación de residente estable en la cama dotaba al novelista de un manifiesto aire de enfermo imaginario o de excéntrico personaje de alguna novela no escrita todavía. Y allí estaba Dolly ejerciendo de veladora de cada uno de los días de Onetti, esa última y definitiva mujer sin la que muy deficientemente se puede entender en puridad la vida de un escritor. Cuando yo lo conocí, se había pasado del vino tinto al whisky -por prescripción facultativa, según decía- y sólo leía novelas policiacas: Chandler, Simenon, Hammett, Jim Thompson, incluso algunas novelitas negras de frágil calidad y enredo curioso. También oía de vez en cuando algún tango de la buena época y algún bolero clásico. Apenas escribía o sólo escribía fragmentos hipotéticamente aprovechables, esas verbosidades de insomnio que trataría luego de acomodar entre otros textos más elaborados. O que perdería adecuadamente en el desarreglo general del tiempo. Es posible que el visitante alcanzara a tener una sensación predecible: que aquel señor con aspecto de convaleciente taciturno no podía ser el mismo que escribiera páginas tan definitivamente seductoras. Pero de todo eso, como diría Onetti, hace ya muchas páginas."

José Manuel Caballero Bonald.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

SOBRE OBAMA.

"...el fenómeno Obama, pienso, refleja la alienación de la población que encontramos en las encuestas: el 80% dice que el país se mueve por unos pocos grandes intereses. Aun cuando Obama dice que lo cambiaremos, no tenemos nada claro qué es el que cambiaremos exactamente. De hecho, las instituciones financieras, que son sus mayores contribuidores, piensan que él ya está bien; por lo tanto, no parece nada claro que pueda haber ningún cambio. Pero si hablas de cambio, la gente se coge a ello; si dices cambio y esperanza, la gente se cogerá a ello y dirá, de acuerdo, este puede ser el salvador que conseguirá aquello que queremos, aun cuando no haya ninguna evidencia para creer que esto pueda pasar."

Noam Chomsky.

lunes, 3 de noviembre de 2008

LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA.

La democracia no es el paradigma de la propaganda, aunque los libros escolares de EEUU aseguran es una "república", no una "democracia". El ciudadano no elige directamente al presidente, sino que vota por un partido que controla a los electores que designan al jefe de Estado en el Colegio Electoral, sin obligación de respetar la preferencia marcada por los ciudadanos. Esta práctica escapa de las normas aceptadas universalmente y contradice la prédica "democrática" de Washington.
La Corte Suprema de Florida dictaminó en 2000 que "el ciudadano individual no tiene derecho federal constitucional a votar por electores del Presidente de los Estados Unidos", pues su voto es un "privilegio" otorgado por el Estado [de Florida] no reconocido por la Constitución. Esta "doctrina" legaliza la exclusión de millones de electores por haber estado presos o pertenecer a minorías étnicas, en un país cuya población carcelaria asciende a 2,3 millones, 762 presos por 100.000 habitantes.
Muchos estadounidenses ignoran que realmente eligen a 538 electores, uno por cada senador (100) y por cada representante de la cámara baja (435), más tres del Distrito Columbia (Washington DC, la capital), que no elige senadores. El Colegio puede designar al menos votado: ocurrió con Benjamín Harrison en 1888 y se repitió en 2000, cuando el más votado no fue Bush sino Al Gore.
El presidente surge de 270 votos, la mitad más uno de los electores. Si hay empate con 269 sufragios, la elección pasa a la Cámara de Representantes, donde cada estado tiene un voto. Así ganó Benjamín Harrison en 1888, con menos votos populares. En 2000, Bush fue elegido por la Corte Suprema, la última instancia, algo que no ocurría desde 1876, con Rutherford Hayes.
La re-elección de Bush en 2004 fue definida en Ohio con trampas en las máquinas de votación. El fraude constante ha sido ocultado por la gran prensa y sólo denunciado en medios alternativos y libros como Fooled Again (Trampa Otra Vez), de Mark Crispin Miller, académico del Proyecto Censurado de California. Para Miller, Bush y sus "militantes teocráticos" convirtieron el fraude en una "guerra santa" para imponerse en la elección 2004.
El ganador "Toma Todo"
El candidato que obtiene más votos se lleva a todos los electores, así la mayoría sea de un voto o de un millón. Sólo Maine y Nebraska autorizan el reparto proporcional de los votos, excepto dos, que son atribuidos al candidato mayoritario. No existe un sistema nacional de sufragio homologado y legislación de cada estado enmaraña más esta cuestión.: se usan diferentes papeletas y diversos tipos de máquinas, incluso en los condados del mismo estado.
La designación del Colegio se efectúa más de un mes después de las elecciones, el primer lunes siguiente al segundo miércoles de diciembre, que este año cae el 15. Este sistema nació con la Constitución de 1787, cuando los "padres fundadores" se inclinaron por un grupo de notables para evitar "la corrupción del sistema político".
El 2000, el Congreso recibió tres propuestas para la elección directa del presidente y el vicepresidente, previendo una segunda vuelta si el vencedor obtenía menos del 40%. La propuesta más coherente fue del representante republicano de Illinois Ray LaHood, un ex profesor de secundaria que sentía vergüenza cuando enseñaba a sus alumnos un sistema electoral que considera arcaico. "El hecho de que un mes después de que la gente haya votado, un grupo selecto y elitista de gente elija al presidente es como una bofetada en la cara", dijo entonces. "Mi propio partido no apoya la reforma, pero para mí es una cuestión de principios", añadió.
En 1969, Richard Nixon estuvo a punto de perder ante George Wallace, un derechista independiente de Alabama. Entonces la Cámara aprobó un proyecto para abolir el Colegio, pero fue enterrado por el Senado. El voto directo favorecería a las minorías, pero la reforma constitucional necesita dos tercios en la Cámara y en el Senado y luego, mayoría simple en tres cuartos [38] de los parlamentos de los 50 estados.