sábado, 31 de mayo de 2008

CANTAR DE MIO CID.

En Valençia seí Mio Çid / con todos sus vassallos,
con él amos sus yernos / los ifantes de Carrión.
Yaziés' en un escaño, / durmié el Campeador,
mala sobrevienta, / sabed, que les cuntió:
saliós' de la rred / e desatós' el león.
En grant miedo se vieron / por medio de la cort;
enbraçan los mantos / los del Campeador
e çercan el escaño / e fincan sobre so señor.
Ferrán Gonçález ... ... ... ... ... ... ... ...
non vio allí dós' alçasse, / nin cámara abierta nin torre,
metiós' so 'l escaño, / tanto ovo el pavor.
Diego Gonçález / por la puerta salió,
diziendo de la boca: / "¡Non veré Carrión!"
Tras una viga lagar / metiós' con grant pavor,
el manto e el brial / todo suzio lo sacó.
En esto despertó / el que en buena hora naçió,
vio çercado el escaño / de sus buenos varones:
"¿Qué 's esto, mesnadas, / o qué queredes vós?"
"Ya señor ondrado, / rrebata nos dio el león."
Mio Çid fincó el cobdo, / en pie se levantó,
el manto trae al cuello / e adeliñó pora ['l] león.
El león, quando lo vio, / assí envergonçó,
ante Mio Çid la cabeça / premió e el rrostro fincó.
Mio Çid don Rodrigo / al cuello lo tomó
e liévalo adestrando, / en la rred le metió.
A maravilla lo han / quantos que í son
e tornáronse al palaçio / pora la cort.
Mio Çid por sos yernos / demandó e no los falló,
maguer los están llamando, / ninguno non rresponde.
Quando los fallaron, / assí vinieron sin color,
non viestes tal juego / commo iva por la cort;
mandó lo vedar / Mio Çid el Campeador.
Muchos' tovieron por enbaídos / los ifantes de Carrión,
fiera cosa les pesa / d'esto que les cuntió.

ANTIAMERICANISMO.

Leer a nuestro mejor ensayista contemporáneo en lengua española, Rafael Sánchez Ferlosio, es siempre un placer intelectual, el mayor de los placeres al decir de sabios clásicos y modernos, sean éstos de obediencia aristotélica, epicúrea o milleana. Leo, pues, con gusto su artículo titulado «La belleza de la guerra», y me decido a componer este amistoso comentario, más con ánimo de mostrarle, o mejor renovarle, mi admiración y reconocimiento –valga la redundancia que con la intención de polemizar con él, o de señalar en el texto este o aquel aspecto en el que podamos disentir, o de reprocharle el énfasis que hace acá, mostrándole de esta forma y a las claras mi discrepancia, o de amonestarle por la conclusión a la que llega más allá, y con la que me temo no estar en condiciones de compartir, aunque le haya acompañado, como digo, con gran deleite a lo largo de su discurso, sin perder una palabra y sin haberme distraído en el trayecto –o al menos eso creo y espero–, porque es señal de sabiduría en la escritura, y Ferlosio la posee, el servirse de discretas maniobras de diversión para coger al lector, atraparlo en el encantamiento que oficia y no soltarlo hasta el final, allí donde uno se pone a pensar sobre lo que se le acaba de decir.
Sánchez Ferlosio escribe sobre la belleza de la guerra porque quiere mostrarnos su horror, y al leerle uno cree pensar que lo que sus palabras transmiten, muy bien –o sea, sin violencia– podría trasladarse a la reflexión sobre la belleza del lenguaje artístico, sobre el arte de la escritura, de la retórica. En un caso como en otro –también en el deporte–lo importante no consiste tanto en el hecho de ganar, de infringir una severa derrota al enemigo, al adversario o de convencer al lector –lo que supondría en todas las situaciones el llevar al otro al campo propio, el ganárselo y, por tanto, el dejarlo a la intemperie, en evidencia, al raso, desarmado, sin capacidad de respuesta cuanto en exhibir el placer de la condición de vencedor, de ser victorioso. Ciertamente, para ganar hay que meter un gol, como mínimo, de la misma manera que para pescar un salmón hay que mojarse el trasero –a veces, suele valer un simple empate, una retirada a tiempo o bautizarse los juanetes–, mas, según afirma el maestro Sánchez Ferlosio, la «estética que es propia de la guerra no mira a la belleza plástica, sino a la que podría designarse como "belleza funcional"». Es decir, no vale en la estética belicosa la concepción utilitaria ni el afán determinista, pues nada sería más miserable y caricaturesco, en el fondo antiestético, por lo que toca a estos terrenos que pisamos en nuestro examen –guerra, deporte, escritura–, que pretender justificar la violencia –la fuerza de las armas, de la calidad atlética y de la capacidad creadora– por medio de la excusa, a la sombra del estandarte, de querer «tener razón» ante el que está enfrente –el que está al otro lado de la trinchera, de la línea de medio campo o del papel impreso–.
Frente a la belleza plástica, la auténtica belleza funcional se pone de manifiesto, se juega su prestigio e imagen, o sea, su motivo, en el acto de la exhibición misma, en la actuación vigorosa de las «fuerzas armadas» que despliegan su poderío, no sólo el potencial o ante bellum sino también la potencia efectiva y triunfal tras la victoria o post bellum, lo mismo que en ese deportista que tensa los músculos y destapa su vigorosa anatomía –un cuerpo de miedo– o, no siendo menos, en ese escritor que descubre su gracia, su habilidad y su ingenio en el maravilloso ejercicio de dar forma –no necesariamente sentido– a una procesión de palabras, trazadas una después de la otra, lo que compone un cuerpo de texto elocuente y hermoso. Hay sin duda en todas estas artes una pasión por el juego, por el alarde simbólico, un impulso estético más que científico, un entusiasmo por el desfile, por la demostración, por la publicación, por el cortejo y el festejo.
Después de las primeras y soberbias brazadas de su artículo –las dos terceras partes del mismo–, por el que desfilan, con mayor o menor suerte, Panecio, Ortega, Veblen, Weber y Habermas, entre otros, Sánchez Ferlosio arriba a tierra americana, no para «descubrirla», hecho éste –o gesta ésta– que él siempre ha deplorado y acusado, sino para sacudir y abofetear a sus colonizadores y actuales moradores, esto es, a los americanos, los masters del Universo, esos guerreros incorregibles, esos ciudadanos ignorantes que no son capaces de localizar en el mapa geográfico la ciudad de... Valdemorillos (que cada país, comunidad autónoma, región o condado del planeta ponga el ejemplo que desee, porque sea como fuere se revelará la inopia y la rusticidad del americano que no sabe ¡dónde vivimos nosotros!), esos políticos corruptos (no como los europeos que somos gente de honra y abolengo) que dan plenos poderes a su presidente para hacer la guerra, porque no saben hacer otra cosa, caramba.
Estaremos o no de acuerdo con los hábitos y modales del escritor, con sus sacudidas intelectivas, compartiremos o no la obsesión antiamericana que le tiene tan en vilo y en vela, y que, de tan vulgar, bulliciosa y multitudinaria como suele manifestarse por doquier, de tan recurrente y coreada como se exhibe hasta la extenuación, uno está tentado a creer que debería empalagar a todo un modelo de la heterodoxia y del antigregarismo como es Sánchez Ferlosio, pero ¿cómo sería posible polemizar con un autor que tiene la modestia y la discreción mesurada de insinuar, a través de un mensaje de Max Weber, que no pretende tener razón cuando dice lo que dice?
Sánchez Ferlosio, sin ir más lejos, y también sin miramientos, arremete contra la fullera y falsaria ostentación norteamericana de «la guerra como último recurso», porque la verdad es –dice– que la arman a la menor ocasión (que esto sea cierto o no, no es algo que venga ahora a cuento, pues ¿quién tiene razón?), en lugar de hacer lo hay que hacer (que esto lo defienda o no, no está claro), es decir, utilizar todos los recursos diplomáticos antes de atacar, no importa a quién, pues, sea como sea y donde sea, unos irán y muchos no vendrán, sea a Irak o a Afganistán. Y ciertamente nuestro mejor ensayista contemporáneo en lengua española no queda deslucido en semejante faena. Pero, yo pregunto: ¿cuándo lo está? Pues, por lo que a mí respecta, seguro como estoy de su potente inteligencia y su agudo ingenio, no tengo la más mínima duda de que Sánchez Ferlosio tendría el mismo éxito retórico si tuviese que desmontar o afear el comportamiento norteamericano en cualquier otra situación o, como se dice ahora, concibiendo otro escenario, por ejemplo, que Estados Unidos de facto se dispusiese a atacar una vez completadas todas las posibilidades diplomáticas, habidas y por haber (sea esto lo que pueda significar, cueste lo que cueste y sea cuando sea).
Ese gran burlón que es Sánchez Ferlosio confiesa, finalmente, su regocijo ante la perspectiva, inminente a su parecer, de ver reír «a mandíbula batiente» al mundo entero en el momento que entienda la suprema gracia de esa ingenuidad insuperable que profieren los norteamericanos, o sea, este chiste monumental: «¿Por qué nos odian?» Con todo, no creo que tuviese ninguna dificultad en regocijarse asimismo, y acaso más, si la interrogación del yanqui fuese: «¿Por qué nos aman?» Pues bien, ¿cómo sería posible disputar con un autor de tan exuberante buen humor, tan juguetón, tan retozón, un modelo de retórico que se retuerce de risa con tan envidiable y endiablada facilidad?
Comoquiera que sea, para los maestros del lenguaje no importa la misión que se les encomiende, o simplemente que esbocen por iniciativa propia: siempre tendrán algo inteligente e ingenioso que decir. Y es que si en el amor como en la guerra, todo vale, por lo dicho y aquí glosado, en la estética de la guerra y en la de la escritura, lo esencial no es tener razón ni pretenderla, sino mostrar el arte de la persuasión, de la retórica, la cual, según afirmó Aristóteles, «parece que puede establecer teóricamente lo que es convincente en –por así decirlo– cualquier caso que se proponga» (Retórica, 1355b30).
Debe saberse, sin embargo, que hay otra manera de practicar el ensayo, aunque no sea con tanta autoridad como la mostrada por el maestro, como es el ejercitarlo con voluntad de conocimiento, no queriendo tener la razón, sino acaso buenas razones para defender la mejor razón entre las posibles. Hay magníficos ensayistas y filósofos que escriben, y se la juegan, pretendiendo no sólo deslumbrar sino también probar y convencer en un «género específico». Pero, bien está cada uno en su sitio y en su tarea, que tampoco es correcto enfrentar a discípulos con maestro, con nuestro mejor ensayista retórico, pues aquí sólo pretendemos ponerle como modelo de la retórica antiamericana.
Después del artículo que comentamos, Sánchez Ferlosio ha vuelto a escribir sobre el tema en sucesivas entregas. Al mes siguiente, sin ir más lejos, de verse publicado aquél, nos regaló uno más en el que afea y ridiculiza la doctrina norteamericana sobre la guerra preventiva, titulado «Las "guerras-por-si-acaso"», no menos ingenioso y corrosivo que el anterior. Pues bien, debo decir que desde hace poco tiempo, el líder actual del socialismo español no se cansa de repetir el soniquete, tomado prestado de Ferlosio, y dándoselas de paso de ocurrente y agudo, como si él fuese el autor de la lindeza, cuando todos sabemos que él se limita a decir lo que sus jefes y subordinados le dicen que diga.
Rafael Sánchez Ferlosio: ¡quién lo tuviera del lado de no importa qué causa, pero que fuese la causa de uno!

jueves, 29 de mayo de 2008

EN ESTOS TIEMPOS.

"Los males de nuestro tiempo son la ignorancia, la miseria y la corrupción, y lo más temible, que nos instalemos en la mentira con la misma naturalidad que nuestros pulmones se acostumbran al aire."

Emilio Lledó.

miércoles, 28 de mayo de 2008

POEMA LIX

Bien podrá parecer, si ahora canto
en triste voz al son de mi partida,
cisne que se despide de la vida,
o vida que jamás despide el llanto.

Deshizo Amor la fuerza de su encanto,
cobré la vista que tenía perdida;
de sinrazones mi razón vencida,
puede más que un amor que pudo tanto.

Poblaré de suspiros los desiertos,
no de quejas, señora, aunque más tenga,
yendo a buscar la muerte que no hallo.

Si al daño vivo, los remedios muertos
la tienen, que el amor me la detenga;
yo la llevo segura en lo que callo.

Juan de Tassis y Peralta, Conde de Villamediana (1582-1622).

martes, 27 de mayo de 2008

LA CASA DE LAS FÁBULAS.

Vasos vacíos, cigarrillos últimos
a la pálida luz de la mañana.
La vida como es, superponiendo
planos de destrucción, rebuscadísima
y sencilla a la vez, inasequible
al desaliento. Búscame, princesa
de la desolación, en estos páramos
de insomne polvo blanco, en la minúscula
piscina de la casa de las fábulas.

Luis Alberto de Cuenca.

domingo, 18 de mayo de 2008

TEORÍA DE LAS PLUSVALÍAS.

"El filósofo produce ideas, el poeta poemas, el cura sermones, el profesor compendios, etc. El delincuente produce delitos. Fijémonos un poco más de cerca en la conexión que existe entre esta última rama de producción y el conjunto de la sociedad y ello nos ayudará a sobreponernos a muchos prejuicios. El delincuente no produce solamente delitos: produce, además, el derecho penal y, con ello, al mismo tiempo, al profesor [...] El delincuente produce asimismo toda la policía y la administración de justicia penal [...] El delincuente produce una impresión, unas veces moral, otras veces trágica, según los casos, prestando con ello un "servicio" al movimiento de los sentimientos morales y estéticos del público [...] produce también arte, literatura, novelas e incluso tragedias [...] Podemos poner de relieve hasta en sus últimos detalles el modo como el delincuente influye en el desarrollo de la productividad."

Karl Marx (1818-1883)

lunes, 12 de mayo de 2008

PANDÉMICA Y CELESTE.

Quan magnus numerus Libyssae arenae
..................................................................
aut quam sidera multa, cum tacet nox,
furtiuos hominum uident amores.
CATULO, VII

Imagínate ahora que tú y yo
muy tarde ya en la noche
hablemos de hombre a hombre, finalmente.
Imagínatelo,
en una de esas noches memorables
de rara comunión, con la botella
medio vacía, los ceniceros sucios,
y después de agotado el tema de la vida.
Que te voy a enseñar un corazón,
un corazón infiel,
Desnudo de cintura para abajo,
Hipócrita lector - mon semblable - mon frère!

Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo
quien me tira del cuerpo hacia otros cuerpos
a ser posible jóvenes:
Yo persigo también el dulce amor,
el tierno amor para dormir al lado
y que alegre mi cama al despertarse,
cercano como un pájaro.
¡Si yo no puedo desnudarme nunca,
si jamás he podido entrar en unos brazos
sin sentir -aunque sea nada más que un momento-
igual deslumbramiento que a los veinte años!.

Para saber de amor, para aprenderle,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
- con cuatrocientos cuerpos diferentes -
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.

Y por eso me alegro de haberme revolcado
sobre la arena gruesa, los dos medio vestidos,
Mientras buscaba ese tendón del hombro.
Me conmueve el recuerdo de tantas ocasiones...
Aquella carretera de montaña
y los bien empleados abrazos furtivos
y el instante indefenso, de pie, tras el frenazo,
pegados a la tapia, cegados por las luces.
O aquel atardecer cerca del río
desnudos y riéndonos, de hiedra coronados.
O aquel portal en Roma en vía del Babuino.
y recuerdos de caras y ciudades
apenas conocidas, de cuerpos entrevistos,
de escaleras sin luz, de camarotes,
de bares, de pasajes desiertos, de prostíbulos,
y de infinitas casas de baños,
de fosos de un castillo.
Recuerdos de vosotras, sobre todo,
o noches en hoteles de una noche,
definitivas noches en pensiones sórdidas,
en cuartos recién fríos,
noches que devolvéis a vuestros huéspedes
un olvidado sabor a sí mismos!
La historia en cuerpo y alma, como una
imagen rota,
de la langueur goutée a ce mal d'être deux.
Sin despreciar
- alegres como fiesta entre semana -
las experiencias de promiscuidad.

Aunque sepa que nada me valdrían
trabajos de amor disperso
si no existiese el verdadero amor.
Mi amor,
Íntegra imagen de mi vida,
sol de las noches mismas que le robo,
su juventud, la mía,
- música de mi fondo -
sonríe aún en la imprecisa gracia
de cada cuerpo joven,
en cada encuentro anónimo,
iluminándolo. Dándole un alma.
Y no hay muslos hermosos
que no me hagan pensar en sus hermosos muslos
cuando nos conocimos, antes de ir a la cama.

Ni pasión de una noche de dormida
que pueda compararla
con la pasión que da el conocimiento,
los años de experiencia
de nuestro amor.
Porque en amor también
es importante el tiempo,
y dulce, de algún modo,
verificar con mano melancólica
su perceptible paso por un cuerpo
- mientras que basta un gesto familiar
en los labios,
o la ligera palpitación de un miembro,
para hacerme sentir la maravilla
de aquella gracia antigua, fugaz como un reflejo.

Sobre su piel borrosa,
Cuando pasen más años y al final estemos,
quiero aplastar los labios invocando
la imagen de su cuerpo
y de todos los cuerpos que una vez amé
aunque fuese un instante, deshechos por el tiempo.

Para pedir la fuerza de poder vivir
sin belleza, sin fuerza y sin deseo,
mientras seguimos juntos
hasta morir en paz. Los dos,
como dicen que mueren los que han amado mucho.

Jaime Gil de Biedma.

jueves, 8 de mayo de 2008

LO PEOR DE TODO ES ENCALAR LA CASA.

Señora,
En el curso pasajero de la hora, este sentimiento, dominado por una claridad irreal y al parecer provocado por el bienestar y una pesada esclavitud, me deja en lágrimas y me apiada, me desarma contra la opresora convicción de ser sin fin. El sol sale en mí con una dulzura que se extiende a todos los encantos, y mientras agradezco ese encanto necesario, dejo, con desaprensión, que me persiga la melancolía de una tristeza enloquecida.Le diré que un objeto, bello sin lugar a dudas, me estrecha y hace surgir en mi razón la alarma sobresaliente de la duda, enfrentándome a la cuestión de ser para mi mismo o para el y me obliga a interrumpirme, como si la única continuación en mi deseo pasara por el, de una intermitencia ensimismada y flexible, el mismo. Ese sentimiento de ser estrechado, esa esperada realización del placer mucho más allá de mí, me destina a negras percepciones, como esos botones que se oprimen para que los aparatos funcionen, pero que no encuentran ninguna mano maestra, ni siquiera la luz cristalina del deseo al que se le han practicado ventanas.En realidad, me veo confrontado a dolores terribles, donde la impresión de mis sentimientos se agota y la realidad de ser en la incesante cuestión de amar me vuelve suspicaz ante el tema y propenso al pánico. Por mas que yo quiera luchar frente a la simplicidad de la simpatía, una hoja mucho mas profunda viene a romperme y deslizándose ante mi, apoya su tenebrosa incertidumbre la decepción de no poder expresarme, así como de reflexionar en la tristeza y en esas matanzas donde mi alma se realiza desmesuradamente.De modo que usted me vera volátil, con ala de pluma de pájaro y resurgiendo del imperio de un objeto vano, cuyos limites se encuentran en lo bien fundado de las cosas. Quisiera mandar al diablo el orden de las cosas y desaparecer como agua arremolinada en el agua o como calor que se espesa al contacto con el sol. Usted me vera infeliz, huraño, sospechoso, entregado a las prisas como metido en un embrollo, desconcertantemente melancólico, poseído por una nostalgia apremiante, obsesiva, alarmante.El mundo se derrumba ante mi dolorosa incertidumbre, de la que nadie se salva y la intensa convicción de que podría ser feliz rompe en mi sus luces, por donde entra la noche, oscila en un capricho salvaje, se arroja desde lo alto del muro que le sirve de obstáculo; le diré que hoy estoy agotado y que este sombrío cansancio, donde la esperanza se junta con el miedo, me hastía al grado de que ya no me distrae.Ya no conozco ningún contexto, ni la atmósfera más débil ni el ambiente eterno, fuera del persistente dolor de estar entregado a mi mismo; y en la emoción que se dispersa en la búsqueda de su valor, de mi valor, los días desgranan su tiempo, se apilan y conjuran. La sombra que levanta mi corazón en el paisaje de hospital donde me debato se asemeja al filo de la navaja, se deshace en complejos y me deja desdichado.Concédame, señora, la breve escucha que estas palabras no dejaran de inspirarle, tomando en cuenta el infeliz estado en el que me encuentro; quizás le resulte difícil comprenderlas, pero mi sinceridad es una pagina autentica del espíritu humano y mi razón se vuelve hacia usted para no declinar en su caos diario, para que usted sea testigo si acaso el día no reposa, a pesar de todo, en el cuenco de su mano.