lunes, 29 de diciembre de 2008

LA PUTA DE BABILONIA.

"La puta, la gran puta, la grandísima puta, la santurrona, la simoníaca, la inquisidora, la torturadora, la falsificadora, la asesina, la fea, la loca, la mala; la del Santo Oficio y el Índice de Libros Prohibidos; la de las Cruzadas y la noche de San Bartolomé; la que saqueó a Constantinopla y bañó de sangre a Jerusalén; la que exterminó a los albigenses y a los veinte mil habitantes de Beziers; la que arrasó con las culturas indígenas de América; la que quemó a Segarelli en Parma, a Juan Hus en Constanza y a Giordano Bruno en Roma; la detractora de la ciencia, la enemiga de la verdad, la adulteradora de la Historia; la perseguidora de judíos, la encendedora de hogueras, la quemadora de herejes y brujas; la estafadora de viudas, la cazadora de herencias, la vendedora de indulgencias; la que inventó a Cristo loco el rabioso y a Pedro el estulto; la que promete el reino soso de los cielos y amenaza con el fuego eterno del infierno; la que amordaza la palabra y aherroja la libertad del alma; la que reprime a las demás religiones donde manda y exige libertad de culto donde no manda; la que nunca ha querido a los animales ni les ha tenido compasión; la oscurantista, la impostora, la embaucadora, la difamadora, la calum-niadora, la reprimida, la represora, la mirona, la fisgona, la contumaz, la relapsa, la corrupta, la hipócrita, la parásita, la zángana; la antise-mita, la esclavista, la homofóbica, la misógina; la carnívora, la carnicera, la limosnera, la tartufa, la mentirosa, la insidiosa, la traido-ra, la despojadora, la ladrona, la manipuladora, la depredadora, la opresora; la pérfida, la falaz, la rapaz, la felona; la aberrante, la inconsecuente, la incoherente, la absurda; la cretina, la estulta, la imbécil, la estúpida; la travestida, la mamarracha, la maricona; la autocrática, la despótica, la tiránica; la católica, la apostólica, la romana; la jesuítica, la dominica, la del Opus Dei; la concubina de Constantino, de Justiniano, de Carlomagno; la solapadora de Mussolini y de Hitler; la ramera de las rameras, la meretriz de las meretri-ces, la puta de Babilonia, la impune bimilenaria [...]"

Fernando Vallejo.

sábado, 27 de diciembre de 2008

FRANZ KAFKA: LA LIBERTAD DEL ESCARABAJO.

"La marioneta se mueve siempre mediante el impulso de un ser que se halla detrás de las bambalinas. La sonrisa siniestra y las extremidades articuladas de estos muñecos son, tal vez, la expresión de ese otro yo que cada uno lleva dentro. Praga es la patria del robot, una palabra que en checo significa esclavo. No se puede entender a Kafka sin ese laberinto de Praga donde permanece todavía la memoria inquietante de astrólogos, robots, muñecas de porcelana, quiromantes y vampiros hibernados, el Golem, androide de barro con poderes ocultos creado por el rabino Löw en la Edad Media que duerme entre las vigas de la vieja sinagoga de Pinkas, una conjunción de fuerzas negras en busca el oro filosófico torturado por los alquimistas. El subsuelo espiritual de Praga alimenta todos los terrores y maleficios que desconocíamos hasta que Kafka les dio un nombre. Esta atmósfera cargada puede aplastarte hasta transformarte en un escarabajo.

El gueto de Praga fue demolido a finales del siglo XIX y aunque Kafka ya no vivió en él, su hedor humano le penetró el subconsciente. Kafka lo expresó así: "En nosotros siguen vivos los oscuros rincones, los pasajes misteriosos, las ventanas cegadas, los patios sucios, las ruidosas tabernas, y las posadas cerradas con llave. Recorremos las anchas calles de la ciudad nueva, pero nuestros pasos y miradas son inseguros. La ciudad judía vieja e insalubre que hay en nosotros es mucho más real que la ciudad nueva e higiénica que nos rodea. Despiertos vamos atravesando un sueño: no somos más que fantasmas de tiempos pasados..."

En el viejo cementerio judío de Josefov el fuego fatuo es un grajo que levanta el vuelo entre las estelas mohosas hacia las espadañas crispadas de la iglesia de Nuestra Señora de Tyn en la plaza del Ayuntamiento. Alrededor de esta plaza se movió la existencia de Kafka. Muy cerca se halla la casa donde nació, en una esquina estaba la tienda de objetos de regalo de su padre, al pie de la columna de la Virgen se citaba con su amigo Max Brod. La familia de Kafka cambió de aposento al menos veinte veces a lo largo de la vida del escritor siempre en un círculo muy constreñido alrededor de la plaza Vieja. Todos han desaparecido. Es inútil buscar su rastro.

Franz Kafka había nacido aquí en 1883, hijo mayor del comerciante Hermann Kafka y de Julie Löwy. El padre descendía de un carnicero judío, pobre pero temido, de Osek; la madre procedía de una familia judeoalemana de Podebrady, respetable y acaudalada, fabricante de paños y de cerveza, en la que también había talmudistas, médicos, eruditos, conversos y solterones excéntricos. Kafka era de raza judía, pero no practicaba su religión; era checo pero no hablaba la lengua nacional. Fue educado en la dominante cultura y lengua alemana, la del enemigo interior. Era una forma de no ser de nadie, un extranjero en su propia patria. En la calle Celetná estaba el instituto donde estudió el bachillerato y después se licenció en Derecho en el Clementinum, sin vocación, obligado por el padre en cuya sombra ominosa descubrió el enigma de los tiranos.

En esta época Kafka ya escribía en secreto diarios y relatos con la misma obsesión con que los destruía. Era un joven alto, flaco, de tronco corto y de piernas largas, enamoradizo, asiduo de tabernas y burdeles. Aunque tenía un diseño de grajo con huesos muy puntiagudos, un poco siniestro, su espíritu tendía con furia hacia el placer, que su padre y la tuberculosis reprimieron tempranamente. Amaba los deportes, iba a nadar a la Escuela Civil de natación en el río Moldava y a remar en su propia barca bautizada con el nombre Bebedor de Almas. Muchas veces tomaba el tranvía hacia la última parada y se perdía en los bosques. Pasaba largos veraneos en los pueblos de origen de sus padres, en sanatorios naturistas, en balnearios, en ciudades del imperio, Berlín, Viena, Múnich, Budapest, y luego en París, en el lago Garda, en la costa danesa, en innumerables excursiones en las que le solía acompañar su amigo Max Brod y en cada lugar se las arreglaba para encontrar una amiga, una amante adicta a su tortura interior, que le ayudaba a sacudirse de encima el peso de Praga, con sus piedras carbonizadas. Kafka no amaba a su ciudad, por eso la penetró con su obra como a una ramera.

La estudiante Hedwig Weiler fue su primer amor de verano en Trest con la que se carteó durante algún tiempo. Con la berlinesa Felice Bauer estableció un noviazgo convulso lleno de misivas, dudas, rupturas y reencuentros. Luego entró en su vida la suiza Gerti Wasner, que en los diarios de Kafka aparece sólo con las iniciales. En enero de 1919 conoció a Julie Wohryzek en la pensión Stüdl y con la que se prometió unos meses después. Milena, casada con Ernest Pollak, ocupó durante este tiempo su cabeza y en sus brazos comenzaron los primeros vómitos de sangre. La actriz Dora Diamant llegó a continuación y con ella convivió los últimos meses de su vida. Con ninguna de sus amantes llegó a superar la neurosis del amor, la misma que sufría frente a la figura del padre, angustias y promesas rotas en el último momento, barreras que nunca pudo saltar.

Para algunos escritores bohemios y secretos como Kafka la noche era una frontera. Las veladas artísticas en casa de Berta Fanta adonde solía acudir Einstein cuando estaba de paso por la ciudad y los cafés literarios se habían constituidos en cátedras del pensamiento explosivo donde se predicaba la revolución o se ahondaba en la propia angustia personal. Kafka había sintetizado en su espíritu todas las contradicciones de las corrientes expresionistas de entreguerras, que irrumpían en la nocturnidad de Praga. En el Café Louvre tenía asiento reservado con sus amigos. Allí se hablaba de filosofía, sobre todo de Kant y Hegel; de física cuántica, de psicoanálisis, de nada. Al terminar la tertulia Kafka regresaba a casa, muy alta la noche, con bombín y traje negro pisando los adoquines mojados de la plaza Vieja o desde el castillo bajaba sobre la nieve por el oscuro Callejón del Oro, que arranca de la Torre de los Alquimistas sobre el foso de los Ciervos, sin salida, donde el enigmático emperador Rodolfo II despeñaba a sus enemigos. En el verano de 1916, después de unas vacaciones con su novia Felice en Marienbad, Kafka encontró un pequeño estudio en el número 22 de este callejón. Aquí se retiraba a escribir por las tardes, después del trabajo de abogado de Seguros, hasta altas horas de la madrugada. "Quizá hay otras maneras de escribir, pero yo no conozco más que una; de noche, cuando la angustia no me deja dormir". Luego volvía a la ciudad por la antigua escalinata del palacio.

Al final de todo cuanto sabemos de la biografía de Kafka, uno se pregunta qué significa la palabra Kafka. Significa saber que la única forma de escapar consiste en convertirte en un escarabajo para huir por la rendija debajo de la puerta antes de que venga tu padre a aplastarte; asumir que eres un individuo cuyo apellido es K nacido sólo para ser juzgado; aceptar previamente la condena y precipitarte en el río Moldava para ahogar la culpa; trabajar como un robot en una oficina de Seguros y soñar con lejanos países mahometanos; convertir toda la belleza de Praga en un maleficio; vomitar sangre, transformar el terror en un humor muy inquietante y destruir o quemar todos los papeles escritos, pero tener un amigo fiel, como Max Brod, dispuesto publicar tus cuadernos después de muerto, que serían en el futuro pasto interior de psicoanalistas.
Murió en el sanatorio Hoffmann, en Kierling, cerca de Viena, el 3 de junio de 1924, a los 41 años. Dora Diamant le cerró los ojos. Cuando al final de su enfermedad Kafka ya no podía soportar el dolor, le recordó a su amigo, el doctor Klopstock, la promesa que le había hecho de inyectarle una dosis mortal de morfina y como en el último momento el médico dudara, Kafka le dijo: "Mátame, si no, serás un asesino".

Manuel Vicent.

jueves, 25 de diciembre de 2008

25 DE DICIEMBRE.

A las que se muerden las uñas. A los que tienen cosquillas. A los que se orinan fuera. A los que se enamoran muchas veces en el mismo día. A los que se enamoran a tontas y a locas. A los que se enamoran de tontas y de locas. A las que tienen poco pecho y se preocupan. A las que tienen mucho y se preocupan más. A los que no tienen novia. A los que viven del cuento. A los que viven para contarlo. A los que dicen al oído cosas bonitas y de amor. A las que las escuchan. A los que no les sale barba. A los que no tienen amigos. A los que nadie les llama. A los que no creen en la literatura comprometida, en el cine con mensaje y en el buen corazón de las putas. A los que les gusta cenar fuera. A las que quedan por primera vez con un chico. A los que nunca van a clase. A los que siempre pierden las apuestas. A los que siempre pierden. A los que se levantan con mala cara. A las que no creen en el amor libre sino en el amor obligatorio. A los que siempre están pensando en lo mismo. A Lidia, que estudió Filología Hispánica. A Patricia. A Natalia. A los que nunca llevan paraguas. A los esquizofrénicos, oligofrénicos y cuadrofénicos en general. A los revolucionarios que tienen que estar pronto en casa. A Sara. A Carmen. A los que leen en el baño. A los que regalan flores. A los que tienen miedo. A las que duermen sin almohada. A los que siempre quieren tener razón. A los que nunca la tienen. A los que no creen. A los que miran los escotes a las chicas. A los que han leído a Proust y se enamoraron, para siempre y sin remedio, de Albertina.

lunes, 22 de diciembre de 2008

LOS SACRAMENTOS MEDIEVALES.

"Jesús ha prometido salvación a quien sea capaz de amarle de modo incondicional, y el Sermón de la Montaña identifica correctamente a ese tipo psicológico cuando empieza bendiciendo a «los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos». Desde su perspectiva la lucidez mundana sólo puede engendrar angustia, mientras el simple —también llamado «niño» e «inocente»— será redimido al tiempo de las complejidades unidas al más acá y los tormentos del más allá. Infelices y crédulos se han entrelazado de modo armónico en la figura del pecador, que obra como no quisiera debido al conflicto entre su alma y su carne, y desde san Pablo los mejores cristianos se reconocen como grandes pecadores.

En algún momento de los siglos oscuros la Iglesia descubre un refugium peccatorum más específico, e introduce el rito originalmente maniqueo de una confesión periódica. Cualquier clérigo puede oír las culpas del fiel, prescribir que cumpla cierta penitencia y absolverle en nombre de Dios y la Iglesia. Si el confesado falleciera de seguido, sin tiempo material para pecar, dispone de una certitudo salvationis que le asegura ir al Cielo o en el peor de los casos al Purgatorio, nunca al Infierno. El rito ocurría en los comienzos una sola vez al año —el Jueves Santo—, pero evoluciona de acto público y colectivo a ceremonia privada e individual, y en 800 es ya un autoanálisis supervisado, que soslaya las posibles indiscreciones del confesor arbitrando para él un voto solemne de secreto.

Primero ha sido un acto obligatorio indirectamente —porque comulgar sin haber confesado podría ser sacrilegio— y luego pasa a serlo directamente, porque se prohíbe no confesar al menos una vez al año. Este desnudamiento íntimo anticipa técnicas freudianas cuando la medicina hipocrática ha sido desplazada por distintas magias, y todo el medievo abunda en personas que gritan «¡confesión, confesión!» cuando sienten algún peligro. Evidentemente, estos fieles «prestan más atención al castigo que al pecado», y del hallazgo que la Iglesia ha hecho al borrar lo primero por medio de una penitencia derivan «otras remisiones e intercambios, presididos por las indulgencias plenas y semiplenas otorgadas con bulas». En definitiva, «la meta no es tato reconciliarse con Dios Padre sino escapar del Dios justiciero».

Hace falta esperar a mediados del siglo xii para que cátaros y otros herejes acusen al clero de «vender el perdón de los pecados», y sólo desde John Wyclif —a finales del siglo xiv— el confesionario es visto como algo que se compadece del simple condenándolo a más simpleza, y a una negligencia apoyada sobre absoluciones mecánicas. Otorgar al clero ese instrumento de de rescate in extremis, dirá Lutero, sólo puede conducir a que las personas sean menos exigentes consigo mismas, y menos dignas del perdón divino. Pero dentro de la misma religión, y en el mismo marco territorial, ha de transcurrir casi medio milenio para que se consolide un cambio de criterio. Lógicamente, la fe que toma partido por el crédulo, y que propone salvarse amando todo salvo el «mundo», rodea de peligros adicionales la independencia y la búsqueda de conocimiento."
Antonio Escohotado.

domingo, 21 de diciembre de 2008

ALBERT CAMUS A SU PROFESOR.

"París, 19 de noviembre de 1957.

Querido señor Germain:

Esperé a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo.

Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continuarán siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.

Lo abrazo con todas mis fuerzas.

Albert Camus."

(Esta carta se la escribió a su maestro de escuela cuando recibió el premio Nobel de Literatura.)

ÍTACA.

Cuando partas hacia Itaca
pide que tu camino sea largo
y rico en aventuras y conocimiento.
A Lestrigones, Cíclopes
y furioso Poseidón no temas,
en tu camino no los encontrarás
mientras en alto mantengas tu pensamiento,
mientras una extraña sensación
invada tu espíritu y tu cuerpo.
A Lestrigones, Cíclopes
y fiero Poseidón no encontrarás
si no los llevas en tu alma,
si no es tu alma que ante ti los pone.

Pide que tu camino sea largo.
Que muchas mañanas de verano hayan en tu ruta
cuando con placer, con alegría
arribes a puertos nunca vistos.
Detente en los mercados fenicios
para comprar finos objetos:
madreperla y coral, ámbar y ébano,
sensuales perfumes, -tantos como puedas-
y visita numerosas ciudades egipcias
para aprender de sus sabios.
Lleva a Itaca siempre en tu pensamiento,
llegar a ella es tu destino.
No apresures el viaje,
mejor que dure muchos años
y viejo seas cuando a ella llegues,
rico con lo que has ganado en el camino
sin esperar que Itaca te recompense.

A Itaca debes el maravilloso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino
y ahora nada tiene para ofrecerte.
Si pobre la encuentras, Itaca no te engañó.
Hoy que eres sabio, y en experiencias rico,
comprendes qué significan las Itacas.

Constantino Cavafis (1863-1933)

miércoles, 17 de diciembre de 2008

EL VINO.

"El vino tiene gran poder, y es cosa que obra contra toda bondad, pues él hace a los hombres desconocer a Dios y a sí mismos, y descubrir los secretos y olvidar los juicios, y mudar y cambiar los pleitos, y sacarlos de justicia y de derecho; y aun sin todo esto enflaquece al hombre el cuerpo, y mengua el seso, y hácele caer en muchas enfermedades, y morir más pronto que debería."

Las siete Partidas.


"[...] el vino y las mujeres, cuando mucho lo usan, hacen a los sabios renegar de Dios."

Eclesiastés, 19, 2.

domingo, 14 de diciembre de 2008

NO VOLVERÉ A SER JOVEN.

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

Jaime Gil de Biedma.

LIBRO DE LOS ESTADOS.

"[...] si acaesçiere que alguna noche non puede dormir luego quando se echa en la cama. o después que a dormido una piesça et despierta et non puede dormir, deve cuidar en las cosas que deve facer para [a]provechamiento et salvamiento de su alma, et acreçentamiento de su onra et de su pro et de su estado. Et porque la memoria de los omnes es muchas vezes olvidadiza, deve tener en la cámara do durmiere con que pueda fazer remenbrança de las cosas que cuidó, et otro día dévelas mandar conplir, segund entendiere que más le cunple. Et desque esto oviere fecho, si non pudiere dormir, deve mandar que leyan ante él algunas buenas estorias, de que tome buenos exemplos."

Don Juan Manuel (1282-1348)

lunes, 8 de diciembre de 2008

CASIDA DE LA ALTA MADRUGADA.

Cuando te acuerdes de mi cuerpo
y no puedas dormir
y te levantes medio desnuda
y camines a tientas por tus habitaciones
borracha de estupor y de rabia

en algún lugar de la Tierra
yo andaré insomne por algún pasillo
careciendo de ti toda la noche
oyéndote ulular muy lejos y escribiendo
estos versos degenerados.

Félix Grande.

OXÍGENO.

No tengo miedo, pero a veces me asusta pensar que estoy a punto de saber quién soy.

Además, llovió toda la noche y me empapé los zapatos.

Quise leer y no pude.

sábado, 6 de diciembre de 2008

GEOMETRÍAS.

Lenguajes exactísimos
sombras de sombras
esconden cuanto nombran.

jueves, 4 de diciembre de 2008

MI COCINA LITERARIA.

"Mi cocina literaria es, a menudo, una pieza vacía en donde ni siquiera hay ventanas. A mí me gustaría, por supuesto, que hubiera algo, una lámpara, algunos libros, un ligero aroma de valentía, pero la verdad es que no hay nada. A veces, sin embargo, cuando soy víctima de irrefrenables ataques de optimismo (que finalizan, por otra parte, en alergias espantosas) mi cocina literaria se transforma en un castillo medieval (con cocina) o en un departamento en Nueva York (con cocina y vistas de privilegio) o en una ruca en los faldeos cordilleranos (sin cocina, pero con una fogata). Metido en estos trances generalmente hago lo que hace toda la gente: pierdo el equilibrio y pienso que soy inmortal. No quiero decir inmortal literariamente hablando, pues esto sólo lo puede pensar un imbécil y a tanto no llego, sino literalmente inmortal, como los perros y los niños y los buenos ciudadanos que aún no se han enfermado. Por suerte, o por desgracia, todo ataque de optimismo tiene un principio y un final. Si no tuviera final, el ataque de optimismo se convertiría en vocación política. O en mensaje religioso. Y de ahí a sepultar libros (prefiero no decir "quemarlos" porque sería exagerar) hay un solo paso. Lo cierto es que, al menos en mi caso, los ataques de optimismo se acaban, y con ellos se acaba la cocina literaria, se desvanece en el aire la cocina literaria, y sólo quedo yo, convaleciente, y un ligerísimo aroma de ollas sucias, platos mal rebañados, salsas podridas. La cocina literaria, me digo a veces, es una cuestión de gusto, es decir es un campo en donde la memoria y la ética (o la moral, si se me permite usar esta palabra) juegan un juego cuyas reglas desconozco. El talento y la excelencia contemplan, absortas, el juego, pero no participan. La audacia y el valor sí participan, pero sólo en momentos puntuales, lo que equivale a decir que no participan en exceso. El sufrimiento participa, el dolor participa, la muerte participa, pero con la condición de que jueguen riéndose. Digamos, como un detalle inexcusable de cortesía. Mucho más importante que la cocina literaria es la biblioteca literaria (valga la redundancia). Una biblioteca es mucho más cómoda que una cocina. Una biblioteca se asemeja a una iglesia mientras que una cocina cada día se asemeja más a una morgue. Leer, lo dijo Gil de Biedma, es más natural que escribir. Yo añadiría, pese a la redundancia, que también es mucho más sano, digan lo que digan los oftalmólogos. De hecho, la literatura es una larga lucha de redundancia en redundancia, hasta la redundancia final. Si tuviera que escoger una cocina literaria para instalarme allí durante una semana, escogería la de una escritora, con la salvedad de que esa escritora no fuera chilena. Viviría muy a gusto en la cocina de Silvina Ocampo, en la de Alejandra Pizarnik, en la de la novelista y poeta mexicana Carmen Boullosa, en la de Simone de Beauvoir. Entre otras razones, porque son cocinas que están más limpias. Algunas noches sueño con mi cocina literaria. Es enorme, como tres estadios de fútbol, con techos abovedados y mesas interminables en donde se amontonan todos los seres vivos de la tierra, los extinguidos y los que dentro de no mucho se extinguirán, iluminada de forma heterodoxa, en algunas zonas con reflectores antiaéreos y en otras con teas, y por supuesto no faltan zonas oscuras en donde solamente se vislumbran sombras anhelantes o amenazantes, y grandes pantallas en las cuales se observan, con el rabillo del ojo, películas mudas o exposiciones de fotos, y en el sueño, o en la pesadilla, yo me paseo por mi cocina literaria y a veces enciendo un fogón y me preparo un huevo frito, incluso a veces una tostada. Y después me despierto con una enorme sensación de cansancio. No sé lo que se debe hacer en una cocina literaria, pero sí sé lo que no se debe hacer. No se debe plagiar. El plagiario merece que lo cuelguen en la plaza pública. Esto lo dijo Swift, y Swift, como todos sabemos, tenía más razón que un santo. Así que este punto queda claro: no se debe plagiar, a menos que desees que te cuelguen de la plaza pública. Aunque a los plagiarios, hoy en día, no los cuelgan. Por el contrario, reciben becas, premios, cargos públicos, y, en el mejor de los casos, se convierten en best-sellers y líderes de opinión. Qué término más extraño y feo: líder de opinión. Supongo que significará lo mismo que pastor de rebaño, o guía espiritual de los esclavos, o poeta nacional, o padre de la patria, o madre de la patria, o tío político de la patria. En mi cocina literaria ideal vive un guerrero, al que algunas voces (voces sin cuerpo ni sombra) llaman escritor. Este guerrero está siempre luchando. Sabe que al final, haga lo que haga, será derrotado. Sin embargo recorre la cocina literaria, que es de cemento, y se enfrenta a su oponente sin dar ni pedir cuartel."

Roberto Bolaño (1953-2003)