"Prácticamente todos los días -durante cerca de dos años- inhalé cocaína bastante pura, en cantidades muy rara vez superiores al medio gramo. La dosis cotidiana habitual -distribuida en cinco o siete tomas- venía a ser unos 250 miligramos. No observé insensibilidad a los efectos estimulantes, y el fármaco me resultó útil durante algunos meses para trabajos arduos del momento, como editar los
Principios de Isaac Newton. Noté, en cambio, una propensión -no muy marcada- al insomnio y la irritabilidad. Sin embargo, al reconvertir el uso crónico en ocasional descubrí que:
a) había olvidado el efecto eufórico posible de la droga, hasta el extremo de confundirlo con sensaciones bastante menos sutiles e intensas;
b) me dejaba llevar por estímulos ridículos o incompatibles con mi propia idea del mundo, generalmente ligados a un complejo de autoimportancia. En otras palabras, la cronicidad debilitó ante todo el sentido crítico, la lucidez.
La interrupción del uso no produjo el más mínimo indicio de reacción abstinencial. Para ser más exactos, durante los años de consumo cotidiano tuve siempre lo que Freud -hablando de sí mismo- llamó «una aversión inmotivada hacia la sustancia»; si volvía a emplearla al día siguiente era por una combinación de estímulos, donde destacaban la inercia, cebos de la vida social o un propósito de concentrarme en el trabajo. Creo que los estimulantes sólo crean verdadera ansia -deseo vehemente- a personas con un tono anímico bajo, que tiende a la depresión. Cuanto menos enérgico sea su entendimiento, más fácil les será desdibujar el desánimo con un brote de entusiasmo maníaco."
Antonio Escohotado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario