sábado, 30 de julio de 2011

CONTRA LAS ACADEMIAS.

Durante los años de la Segunda República, don Emilio Cotarelo, a la sazón presidente de la docta corporación, afirmó que Valle-Inclán no reunía los méritos suficientes para ingresar en ella, a lo que el novelista y dramaturgo gallego repuso con su causticidad habitual: “¿Desde cuándo los herejes entran en la Iglesia? Yo soy un hereje a sabiendas”. Ignoro la reacción de Cotarelo a una puntualización tan contundente. En cuanto a Valle, el sesgo admirable de su obra tardía tras el aplauso cerrado con el que fueron recibidas sus Sonatas, le distanció del mundo académico. (Si ello sirve de consuelo a los suspendidos, recordaré que ni Baudelaire, Zola ni Proust alcanzaron la gloria de un sillón en el noble edificio del Quai Conti pese a haberlo solicitado. Pero, como dice el refrán: mal de muchos…).

Después de la Guerra Civil, el exiliado Juan Ramón Jiménez recibió una carta de José María Pemán en la que el autor del Poema de la bestia y el ángel le proponía un sillón en la Academia. Su respuesta, fechada en Washington el 6 de febrero de 1946 e incluida en el excelente volumen titulado Guerra en España coordinado por Ángel Crespo en 1985, el gran poeta expresaba con nitidez y una pizca de ironía su incapacidad de adaptarse a una faena que no era la suya:

“Para mí, amigo Pemán, las Academias son, o deben ser, institutos de trabajo, no galardones; debe ser académico el que: ha demostrado que puede trabajar en las labores propias de cada una. Ya yo le dije a Marañón, cuando vino a invitarme, que me imaginaba que él era académico de la lengua para mirarle la lengua a los académicos, y que estaría mejor en la de Medicina. En las Academias literarias, ningún poeta lírico tan ignorante como yo debe ocupar el sitio que corresponde a los historiadores, filólogos, etcétera. ¿Qué hace el poeta, un creador iluso, en uno de los sillones sabios?”.


Juan Goytisolo, El País, 6 de septiembre de 2010.

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