lunes, 26 de diciembre de 2011

BOSQUEJO AUTOBIOGRÁFICO.

De noviembre de 1948 a la primavera de 1949 viví sola en Madrid. Mi abuela había muerto hacía poco y algunos de los muebles de la calle Mayor se habían trasladado a un pisito pequeño que compró mi padre en Madrid, regentado por las dos criadas viejas de la abuela, Paula y Marcelina, que eran como de la familia. Con ellas estuve viviendo durante ese tiempo, pero salía y entraba cuando me daba la gana y traía muchos amigos a casa. Habla reencontrado en Madrid a mi antiguo compañero de estu*dios Ignacio Aldecoa, y él me puso en contacto con mucha gente que conocía y que empezó a ser mi grupo: Medardo Fraile, Alfonso Sastre, Jesús Fernández Santos, Rafael Sánchez Ferlosio y Josefina Rodríguez, entre otros. Ninguno, excepto Josefina, era muy buen estudiante ni soñaba con ser profesor, todos llevaban en la sangre el virus de la literatura y empezaban a colaborar en revistas madrileñas, La hora, La estafeta literaria, Clavileño, Alférez, El español y Alcalá. En contacto con este grupo de amigos, mis proyectos universitarios se fueron diluyendo y me relajé bastante en el trabajo de la tesis, que había comenzado sobre los cancioneros galaico-portugeses y que, poco a poco, me empezó a aburrir. A ello contribuyó también el hecho de que el viejo profesor a quien había elegido para que me la dirigiera, don Armando Cotarelo, era un hombre apático, que nunca me estimuló y al que sólo vi dos veces. Trabajaba sola, sin ganas y como perdida en la Biblioteca del Consejo de Investigaciones Científicas. Empecé a escribir cuentos y artículos y a verlos publicados en alguna de las revistas mencionadas. Iba mucho al café, al teatro, a la taberna y de paseo con mis nuevos amigos, mucho menos universitarios que yo, mucho más bohemios, todos ellos buenos escritores. Conocí también a poetas, pintores, actrices y periodistas. Madrid me parecía una ciudad fascinante. Habla decidido que quería vivir siempre allí.
En enero de 1950 me hice novia de Rafael Sánchez Ferlosio, dos años más joven que yo y mal estudiante, pero excelente es*critor. Me dedicó su primer libro, Industrias y andanzas de Alfanhuí, y poco después se fue a cumplir el servicio militar a Tetuán. Nos escribíamos mucho y yo era la primera vez en mi vida que estaba tan enamorada y tan influida por alguien. Había abandonado por completo mi proyecto de la tesis doctoral, así como el de hacer oposiciones para ganar una cátedra. Mi experiencia con aquellas niñas del colegio de la calle Martínez Campos me había revelado que mis dotes para la enseñanza eran más bien escasas.
El 14 de octubre de 1953, me casé con Rafael Sánchez Ferlosio, que había terminado su servicio militar, pero no la carrera. Acababa de fundar con Sastre y Aldecoa la Revista española, que económicamente fue un desastre pero que ahora es muy buscada por los estudiosos porque allí colaboramos todos los prosistas de la llamada «generación de los años cincuenta». Los consejos de Rafael y de Aldecoa me habían servido para abandonar el tono lírico de mis primeras composiciones y para ser más rigurosa y exigente en mi prosa. Mi cuento La chica de abajo, que les había gustado mucho, es seguramente mi primera narración estimable y en ella ya están muchos de los elementos y temas que poste*riormente elaboré mejor. Rafael y yo (a pesar de que él había conseguido un trabajo modesto como secretario de un ingeniero) pensábamos vivir de nuestras colaboraciones literarias.
Después de casarnos, pasamos unos meses en Roma, en casa de los abuelos maternos de Rafael, en la Piazza de Santa Maria sopra Minerva, donde él había nacido. Luego volvimos en otras muchas ocasiones a aquella casa. Los abuelos de Rafael eran una gente encantadora y me encariñé mucho con ellos; la abuela Ida me enseñó a cocinar, que yo no sabía, y se pasaba las horas muertas hablando conmigo. Viajamos también a Nápoles, Florencia y Venecia. Italia se me metió muy dentro y además me puso en contacto con la literatura contemporánea del país, que me influyó mucho, sobre todo Pavese y Svevo. También estuvimos en París.
Desde que me casé vivo en Madrid, en un séptimo piso de la calle Doctor Esquerdo, que mi padre nos regaló, y que tiene una gran terraza. (Lo he descrito con todo detalle en mi novela El cuarto de atrás, durante la conversación con el hombre vestido de negro que me visitó una noche.)
Nunca tuvimos criada, nos repartíamos las tareas domésticas y trabajábamos con total independencia uno de otro. La misma independencia que manteníamos en todo, sin interferir nunca en las amistades ni en las manías del otro, y recibiendo continuamente a los buenos amigos. Él escribía sobre todo de noche, y yo también me volví bastante nocturna y muy poco esclava de los horarios. A ninguno nos gustaba el lujo superfluo de las comidas de ceremonia, lo que más nos unía era el gusto por hablar y el sentido del humor, aunque él es más crítico que yo, más inadaptado y menos sociable.
En primavera de 1954 obtuve el premio Café Gijón por mi novela corta El balneario. Tanto esta novela como todas las que escribí posteriormente no las leyó Rafael hasta que ya estaban terminadas. No quería dejarme influir por sus críticas, que muchas veces me desanimaban. Prefería que me las hiciese cuando el libro estaba ya en prensa.

Madrid, junio de 1980.


Carmen Martín Gaite (1925-2000)

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