martes, 4 de agosto de 2009

DE CRONOPIOS Y DE FAMAS.

En el verano de 1978, con quince años, había acabado 1º de BUP y decidí ser Julio Cortázar. Lo más difícil era, siendo bajo y gordo, convertirme en un gigante melancólico: el resto (pronunciar mal la erre, fumar con ahínco y escribir a máquina cuentos perfectos, en una Olympia portátil) me parecía cuestión de entrenamiento. Leer a Cortázar era como ir al cine: al terminar, nos volvíamos a contar unos a otros la película. ¿Te acuerdas cuando un tipo no consigue sacar la cabeza del jersey que se está quitando? Y lo escribíamos otra vez con palabras distintas. Un día mi amigo Enrique Rodríguez Moneo me dejó Historias de cronopios y de famas y me cayó encima como un meteorito: el impacto me hizo cambiar de órbita. Aquello ya no se podía contar con otras palabras. Sólo valía leer y dejarse llevar. Si se podía escribir “llueve a gritos”, ¿no valía todo? ¿No salta a la vista que los famas embalsaman sus recuerdos, mientras que los cronopios, los “dejan sueltos por la casa”? “Si puedes definir la diferencia entre cronopios, famas y esperanzas, es que eres un fama perdido”, me advirtió Enrique, como una maldición, y yo entendí: hay que aprender a leer de otra forma, ¿cómo vas a leer las “Instrucciones para subir una escalera” con los mismos ojos de leer a Azorín?

Después del verano, los mayores votaron una Constitución: nosotros también “nos habíamos dotado” por nuestra cuenta de otra, cortazariana. El art. 1 decía: “La literatura es el reino de la libertad”. También tenía su declaración de derechos fundamentales, encabezada por: “Todo lector tiene derecho a no aburrirse”.

Aquel verano los famas cantaban Abanibi quiere decir te quiero amor; los cronopios seguían el Tour (ganó Hinault) convencidos de que era otro episodio de Lou Grant; las esperanzas permanecían inmóviles, porque nunca viajan: “se dejan viajar por las cosas y los hombres”. El juego, como enseña Cortázar, era verdad trágica: Argentina ganó el Mundial con Videla en el palco. Pinochet aplaudía, “y en lo único que se parecían a esa altura de las cosas era en su firme voluntad de seguir bebiendo a expensas de la esperanza”.

Rafael Reig, Público, 1 de agosto de 2009.

No hay comentarios: