domingo, 11 de enero de 2009

BESTIARIO: RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO.

"Se trata de un escritor tan serio como incómodo, que ha sabido entender que el escritor no se hace sólo en el campo de la ficción, de modo que nos ha regalado excelentes ensayos. Es, posiblemente, el mejor ensayista en español del siglo, junto con Octavio Paz y Borges. Pero menos vanidoso, menos excesivo, más humilde (en el mejor sentido de la palabra, o sea, menos afectado, menos pagado de sí mismo). Y sus ensayos, en gran parte, están destinados a una labor que requiere un esfuerzo de erudición descomunal y una inteligencia valiente: se trata de encontrar los grandes y graves silencios de la historia y desvelarlos. Resulta tan impactante como necesario leer un libro -lleno de carácter al tiempo que de precisión de investigador- que escribió con motivo del aparatoso centenario del descubrimiento de América y la parafernalia de Sevilla 92: Esas Yndias equivocadas y malditas. En ese libro habla sobre la actitud de los conquistadores españoles en el Nuevo Mundo, y haciendo acopio de todos los textos que resulten reveladores, pero sobre todo del trabajo de Bartolomé de las Casas y de los textos referidos a las bulas papales y a la colaboración entre los Papas y la monarquía, discute la manida afirmación de que la conquista representó una violencia relativa, de baja intensidad. Se opone a las tesis oficiales, defendidas principalmente por Julián Marías, según el cual la aportación de la cultura occidental y las formas “suaves” de la evangelización durante la conquista hicieron aparecer esa amalgama de culturas que tanto se ha celebrado, y ahora todavía con tanta prosopopeya manipulan verbalmente, en beneficio propio, políticos de aquí y allá, instituciones varias, Institutos de expansión del español, etc. Hoy en día debería ser obligatorio, en la enseñanza media, referirse al texto de Ferlosio, y no lo es. Porque para ser un individuo responsable y comprometido con la propia colectividad es necesario que conozcamos las contradicciones de la historia de dicha colectividad. Apenas ningún español con estudios medios sabe cosas esenciales que aparecen en ese libro, como que el noventa por ciento de los habitantes de los territorios conquistados murieron en menos de ciento cincuenta años, y no sólo por las enfermedades que llevaron los conquistadores. Casi nadie sabe, todavía, y muchos de los que lo saben lo callan, que un método habitual en las luchas contra la legítima defensa de los indígenas era el conocido como “aperreamiento”, es decir, utilizar perros, animal desconocido en esa zona del mundo, para matar a los indios. Esta es una de las torturas más dolorosas que se puedan cometer y, en fin, una de las muertes más horribles. Fueron las dentelladas de los perros, amaestrados para no parar hasta que los hombres quedaban inertes en el suelo, los que acabaron con la resistencia. Muy pocas personas saben, del mismo modo, que un método muy convencional de matar indios era colocarlos en fila, los pechos pegados a las espaldas, y disparar una bala a quemarropa en el primero de la fila, que traspasaba cuerpos y acababa con la vida de diez o doce, masacre esta muy económica y de la que gustaban mucho nuestros paisanos. Y que este tipo de muerte se ejercía para atemorizar, como ejemplo disuasivo, ante grandes multitudes. Muy poca gente sabe que muchos indígenas preferían el suicidio a cualquiera de estas muertes. Sin embargo, cientos de académicos se relamen de gusto hablando, por ejemplo, de la riqueza de la lengua castellana, de las variedades americanas, cosas así. Nadie explica paradojas como la siguiente: los españoles dotaron al nahuatl, lengua hablada en el Nuevo Mundo, de una gramática para que se conservara, pero aniquilaron a todos sus hablantes. Para qué querían ellos una gramática. Querían vivir. Para saber todas estas cosas necesitamos gente que se parezca a Ferlosio, gente a la que no le guste tener los ejes de su carreta engrasados, ni que otros se los engrasen. Que no toleren el silencio de los ganadores ni de los, como él los llama, apologetas, esos que convierten en héroe o prócer de la historia al primer compatriota cuyo nombre se les cruzó de niños en los libros del colegio. Cualquier sociedad adulta y justa debería no tolerar el silencio, reaccionar ante él como un resorte. Para que sea legítimo que nos sintamos, no ya orgullosos (no creemos, por otra parte, que el orgullo sea un sentimiento necesario, ni tan solo apreciable, cuando hablamos de una comunidad), sino simplemente cómodos formando parte de nuestra sociedad, tenemos que vivir sin ignorancia de los grandes silencios que la traspasan. En caso contrario, por muchos siglos de europeos viejos que digan que tenemos, los españoles no pasaremos de ser inmaduros prepotentes, adolescentes de la historia. Por eso es fundamental leer a Ferlosio, para que los chirridos de nuestra carreta se oigan y la gente nos pueda adivinar antes de ver aparecer nuestra silueta por la esquina."

José Morella.

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