La violencia es simple, pero no proporcionará seguridad a Israel. La fuerza militar bruta, desproporcionada, generadora de odio, frustración, humillación, acabará por colocar a Israel -y a buena parte de la comunidad internacional- en situación de máxima inseguridad.
Edward Said -el más prestigioso intelectual palestino- escribió en 2002 que "la seguridad israelí es un animal de fábula, una especie de unicornio. Se la persigue sin alcanzarla jamás, pero constituye el objetivo eterno de cualquier acción futura".
De ética y de sentido común y político conviene hablar. ¿Qué persigue Israel con acciones que arrasan una ciudad, masacran a civiles y a policías encargados de mantener la seguridad (aunque no sea la del unicornio) y, de paso, liquidan a dirigentes y militantes de Hamás? ¿Por qué se arriesga a un recrudecimiento de la ira que, probablemente, impulsará a palestinos -incluidos el millón largo de "ciudadanos" de ese origen que viven dentro de Israel-,poblaciones árabes e islámicas y desde luego a Al Qaeda, a tomarse la justicia por su mano, esto es, a atentar contra intereses judíos y occidentales? Antes de proseguir, manifiesto que condeno que Hamás (un movimiento en cuya creación colaboró el Gobierno israelí con la intención de que dificultara los crecientes éxitos de la OLP de Arafat) lance cohetes artesanales contra las poblaciones limítrofes de Israel. Sin embargo, la muerte y destrucción sembradas en Gaza en estos días son infinitamente superiores a los daños causados en años por dichos proyectiles.
La respuesta del Goliat judío, en palabras de Gideon Levy, antiguo asesor de Simon Peres, "excede toda proporción y traspasa todas las líneas de lo humano, de la ética, del derecho internacional y de la sabiduría". Es lícito preguntarse por qué el Gobierno israelí, que monopoliza la fuerza, no ha intentado agotar las vías negociadoras y diplomáticas antes de desencadenar lo contemplado en todas las televisiones. Sólo si hubiera fracasado ese camino, la opinión pública habría entendido una iniciativa militar gradual, proporcional, contra Hamás.
Livni, ministra de Exteriores y candidata electoral por Kadima, afirmaba el 27 de diciembre que "Israel no atenderá llamadas a la tregua con Hamás porque es un grupo terrorista". ¿Acaso el Gobierno de Tel Aviv no desea el proceso de paz? Los hechos son tozudos. Ehud Olmert, sucesor de Ariel Sharon, ha proseguido, con otras formas, la misma política que su antecesor: implacable extensión de las colonias judías en los territorios ocupados (contra las resoluciones de Naciones Unidas, la Hoja de Ruta del famoso Cuarteto y contra el plan de Bush lanzado en Annapolis hace un año), ampliación del muro de la vergüenza que confisca más territorio en Cisjordania, y oposi-ción a la devolución de Jerusalén Este. Se diría que Israel no quiere Estado palestino alguno, viable o no.
Los sucesores de Sharon han continuado, por un lado, su peculiar "vía diplomática", esto es, no sentarse a una genuina mesa negociadora, exigir condiciones previas imposibles y no manifestar voluntad política alguna. Y por otro, con la matanza ocasionada en Gaza, se han adherido a la descarnada filosofía que Sharon expresó ante el Parlamento el 4-3-02: "Los palestinos deben sufrir mucho más hasta que sepan que no obtendrán nada mediante el terrorismo. Si no sienten que han sido vencidos, no podremos regresar a la mesa de negociaciones".
"No obtendrán nada mediante el terrorismo". ¿Y qué hemos obtenido por otras vías? se preguntarán muchos palestinos, ahítos de comulgar con ruedas de molino, hartos de no divisar -porque no se les ofrece- ningún genuino horizonte político. Bien se encargó de remacharlo Dov Weisglass, hombre de confianza de Sharon y negociador con la Administración de Bush: "El significado de lo que hemos acordado con los americanos es la congelación del proceso político. Y cuando se congela ese proceso, se impide el establecimiento de un Estado palestino y la discusión sobre los refugiados, las fronteras y Jerusalén. Todo el paquete conocido como Estado palestino ha sido eliminado de nuestra agenda indefinidamente". (Entrevistado por Haaretz, 8-10-04).
¿Qué cestos se pueden fabricar con tales mimbres? Nada indica que el acuerdo Weisglass haya sido cancelado por la improductiva conferencia de Annapolis y todo señala que la devastada Gaza de estos días es una nueva, cruel y terrible operación de la marca Sharon: "Los palestinos deben sufrir mucho más".
Si la estrategia Sharon/Weisglass constituye la columna vertebral de la política del Estado judío, la lógica lleva a establecer que no persigue el fin de la ocupación ni la devolución de los territorios conquistados, sino que -como editorializaba El País el 29 de diciembre- "quiere paz más territorios", cuando, como preconizan las resoluciones de Naciones Unidas (que Israel ignora), únicamente puede haber paz si se devuelven los territorios a sus legítimos dueños.
De ser así, Goliat quedaría atrapado en una peligrosa e inconsecuente paradoja. La confirmación de la ocupación y la negativa a un Estado palestino implicarían, por una parte, la continuidad ad infinitum de la condición de ocupante y, por otra, el elevado crecimiento demográfico palestino acabaría amenazando el exclusivo carácter judío -tan querido por muchos- del Estado de Israel. Cierto es que hasta la fecha Tel Aviv ha despreciado e ignorado, como tantas otras cosas, el estatuto de ocupante contemplado por el derecho internacional, lo que ha hecho -como resalta el jurista israelí David Kretzmer- que lleve viviendo en una burbuja jurídica durante cuatro décadas de ocupación.
Porque, de un lado, el Gobierno de los territorios ha estado basado en la fuerza y en los poderes de un comandante militar. Y, de otro, las autoridades ignoraban las restricciones que la Convención de Ginebra impone, en especial la prohibición de trasladar parte de la población ocupante (400.000 colonos al día de hoy) a los territorios ocupados, así como la ilegalidad que supone la confiscación de propiedad privada y la obligación de mantener la pública en calidad de fideicomiso.
Que la línea Sharon/Weisglass fracase y el sentido común y político se imponga algún día depende en gran medida de la estrategia que adopte el nuevo presidente Obama. Un historiador judío, Avi Shlaim, clasifica a los presidentes norteamericanos en dos escuelas: la del "Israel, primero" y la que denomina escuela equilibrada. Dice que la mayoría han pertenecido a la primera, constituyendo Carter y Bush padre dos notables excepciones y siendo Bush hijo el más pro-israelí. Refiriéndose a Oriente Próximo, Shlaim sostiene que, de cara a un acuerdo viable, "un presidente norteamericano ha de ser equilibrado y no sólo lograr seguridad para Israel, sino también justicia para los palestinos". En esto consiste el reto de Obama. Esperemos que prestigie la escuela equilibrada.
En el siglo X antes de Cristo, el gran rey Salomón, hijo del rey David, contribuyó a una de las primeras formulaciones de una paz internacional que la Biblia recoge: "Yavé dictará sus leyes a numerosos pueblos, que de sus espadas harán rejas de arado y de sus lanzas, hoces. No alzarán la espada gente contra gente ni se ejercitarán para la guerra". (Isaías, 2-4). A pesar de la loa y la fanfarria con que se le obsequia en Israel, no parece que hasta ahora Salomón haya gozado de excesivo predicamento a este respecto.
Emilio Menéndez del Valle.
lunes, 5 de enero de 2009
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