
El joven Hegel tenía en la polis griega su ideal. Según él, el hombre se sentía en la polis en su ámbito propio. Por ello no necesita proyectar su felicidad en un imaginario más allá, en otro mundo. En la polis se hacían realidad los ideales de belleza, felicidad y libertad.
Cuando empezaron a llegar a Tübingen las primeras noticias de lo que estaba ocurriendo en París, Hegel interpretó que lo que se trataba de hacer allí era recrear la polis griega en una nación moderna. Por eso decía que aquello que la Naturaleza había regalado a los griegos, era ahora construido conscientemente por los franceses.
La razón se hacía cargo de la Historia. Quedaban atrás las oscuridades de los tiempos pasados. Ahora el hombre, consciente de sus derechos, no sólo reclamaba su respeto sino que lo imponía. De ahora en más, el estado y las decisiones de gobierno deberían respetar la racionalidad, someterse a la crítica de la razón.
A medida que comenzó a evidenciarse que lo que ocurría en Francia era mucho menos la instauración de la libertad que la dominación por medio del terror, Hegel se distanció de la revolución, aunque siempre continuó fiel al espíritu que la animó en los primeros días.
Hegel explicó lo que ocurría en Francia sosteniendo que era contradictorio pretender imponer la libertad. Los revolucionarios, en nombre del ideal universal de la libertad, negaban las particularidades de los franceses comunes, en especial su fe cristiana. Al negar lo particular, lo universal termina particularizándose. Para mantener la totalidad era necesario no negar sino incluir toda particularidad.
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