viernes, 25 de enero de 2008

VLADIMIR ILICH ULIANOV.


A finales de 1887, habiendo terminado con brillantez el gimnasium, Vladimir Ulianov ingresó en la Universidad de Kazan, ciudad también situada a orillas del Volga. Era una época en que muchos hombres progresistas de Rusia -la juventud sobre todo- veneraban la memoria de los miembros de la Voluntad del Pueblo y protestaban contra las arbitrariedades del zarismo.
En el otoño de aquel año en todas las universidades del país se registraron disturbios. Los estudiantes exigían que los jefes suprimieran la vigilancia que sobre ellos realizaban inspectores pagados y que les devolviesen a los profesores despedidos en los años anteriores por sus concepciones progresistas.
A comienzos de diciembre, Kazan también se vio envuelta en este movimiento. Los estudiantes convocaron un mitin, en el cual, además de las dos exigencias antedichas, plantearon otras que rebasaban el marco de la vida universitaria interna.
Al marcharse del mitin, muchos devolvieron sus carnets de estudiantes: Vladimir Ulianov era uno de ellos. Esa misma noche él y muchos de sus compañeros fueron detenidos.
Pasados largos años, Lenin charlando con Vladimir Adoratski, historiador soviético, quien en su tiempo había cursado los estudios en la universidad de Kazan, evocó su conversación con el comisario de policía que le transportara a la cárcel: Vladimir Ilich reprodujo esa conversación con tanta viveza que se me grabó en la memoria. Seguramente al comisario, que juzgaba por la apariencia del joven estudiante de 17 años de edad, le pareció que éste se había metido en el lío por casualidad, sucumbiendo a la ‘mala influencia’ de los compañeros. Y le dijo:
— ¿Por qué alborota, joven? ¡Si ante usted se alza un muro!
La respuesta que recibió fue inesperada:
— Un muro, sí, pero podrido. Basta darle un empujón para que se derrumbe.
El 7 de diciembre de 1887 Vladimir Ulianov, expulsado de la Universidad, fue deportado a la aldea de Kokushkino, a 40 kilómetros de Kazan, donde viviría bajo la vigilancia dispuesta por la policía y de donde ésta fue informada que el vigilado recibía con regularidad libros, revistas y periódicos... El propio Lenin recordaría más tarde: Creo que nunca en mi vida... he leído tanto como el año que estuve deportado de Kazan. Era una lectura apasionada, desde el amanecer hasta muy entrada la noche.
¿Qué leía? En primer término, los cursos universitarios, ya que no dejaba la idea de realizar estudios superiores. Luego, los periódicos y las revistas sociopolíticas y de literatura, porque encontrándose en una aldea remota creía muy necesario estar informado de los acontecimientos políticos.
En el otoño de 1888 llegó el permiso de regresar a Kazan. Pero Vladimir no pudo volver a las aulas universitarias. Un empleado de la circunscripción docente de Kazan había comunicado al Ministerio de Instrucción Pública que teniendo descollantes capacidades y muy buenos conocimientos, no puede considerarse leal en el aspecto moral y político. El fallo del ministro fue el siguiente: ¿No será el hermano de aquel Ulianov? ¿También es del gimnasium de Simbirsk?... No admitirlo de ninguna manera.
Pero nadie, ni nada, pudo frenar su deseo de recibir la educación. Horas enteras pasaba leyendo.
Comenzó a estudiar el primer tomo de "El Capital" de Marx. Los fundamentos de la teoría del comunismo científico expuestos en esta obra ofrecieron a Vladimir Ulianov nuevos horizontes. Emanaba de él una fe valerosa que contagiaba a sus interlocutores -evocaría más tarde su hermana mayor Ana-. Ya entonces él sabía ser persuasivo y entusiasmar con sus palabras. Ya entonces no dejaba de compartir con los demás lo que iba conociendo, no dejaba de reclutar partidarios al ir abriendo nuevos caminos. Pronto halló en Kazan tales partidarios, los jóvenes que también estudiaban el marxismo y tenían ánimos revolucionarios.
Todo esto no pasó inadvertido para la madre. Pero pese a que los temores por el destino de otro hijo asediaban a María Alexandrovna, ella no se metió en camisa de once varas, porque creía imposible impedir a sus hijos construir su futuro según sus convicciones.
En aquel período el marxismo estaba todavía poco difundido en Rusia. Las más arraigadas seguían siendo las ideas de los populistas, llamados así porque recorrían las aldeas haciendo propaganda en el seno del pueblo para alzar a los campesinos a una sublevación contra el zar. Los populistas estimaban que como el campesinado constituía la inmensa mayoría del pueblo, luchar contra la autocracia debía ser una causa campesina. Estaban seguros de que Rusia jamás se industrializaría y hacían caso omiso de que en el país había, arraigado ya los brotes del capitalismo: el tendido de ferrocarriles alcanzó proporciones inusitadas, y requería cada vez más combustible, metal para rieles, locomotoras y vagones, para lo cual era necesario extraer carbón, fundir acero, construir máquinas. ¿Con las manos de quién? Con las de la clase obrera incipiente: los campesinos de ayer trasladados del campo a las ciudades.
En resumen, las teorías de los populistas estaban irremisiblemente obsoletas.
Pero para demostrarlo era necesario estudiar escrupulosamente no sólo la teoría de Marx y Engels, sino también todas las estadísticas nacionales, cuyas cifras ofrecían el panorama del desarrollo de la agricultura y la industria en Rusia. Fue la obra que acometió Vladimir Ulianov a los 19 años de edad.
Las estadísticas atestiguaban de modo irrefutable que las relaciones capitalistas prendían cada vez más no sólo en la ciudad, sino también en el campo, donde surgían grandes haciendas con numerosos obreros asalariados, y el campesinado se estratificaba más y más, quedando por un lado los ricos (los kulaks) y por otro los pobres, desposeídos de tierra (los jornaleros).
Pero las cifras no le bastaban al joven Ulianov, que aspiraba a informarse cuanto más de la vida campesina en Rusia. En aquel entonces se reunía y conversaba muchas veces con los campesinos.
Los resultados de sus investigaciones y sus impresiones inmediatas las exponía en los informes escritos que presentaba en los círculos de la juventud revolucionaria, así como cuando charlaba con los viejos revolucionarios populistas. Vladimir Ulianov no sólo rebatía las concepciones de estos últimos, también sabía tomar todo lo valioso que poseían: los hábitos revolucionarios y las experiencias acumuladas durante la años de labor clandestina.
En 1892 Ulianov organizó en Samara el primer círculo marxista de esta ciudad. A1 hacer una activa propaganda al marxismo, sus miembros entablaron contactos con los marxistas de otras ciudades de la cueca del Volga. Pero esto era ya poco para Ulianov. Como en aquella zona casi no había industria y, por consiguiente, obreros, él aspiraba a trasladarse a San Petersburgo, a la sazón capital del país, una ciudad con un millón de habitantes, una parte considerable de los cuales era el proletariado industrial.
Vladimir había visitado ya la capital dos años antes: habiendo obtenido, por fin, la autorización oficial, rindió brillantemente los exámenes del curso universitario completo de Derecho.
En el otoño de 1893 se mudó a San Petersburgo.

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