La verdad de toda religión, sea grande o pequeña, nueva o añeja, establecida o marginal, es el consuelo que aporta el alma perdida en el tráfago de este mundo. Nadie puede pretender que todos se consuelen de la misma forma, participando en los mismos ritos y de las mismas creencias; por eso la dignidad de sus miembros no afecta a la verdad de sus creencias.
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